sábado, 12 de noviembre de 2022

La ruta de Don Quijote (Azorín, 1905)


A José Martínez Ruiz, ‘Azorín’, que trabajaba en el diario 'El imparcial', le encargaron elaborar artículos para conmemorar el tricentenario del Quijote; después sus artículos darían forma al libro «La Ruta de Don Quijote».

Cómo buen español, Azorín conocía y admiraba el Quijote; para cumplir con el encargo viajó hasta La Mancha para visitar los pueblos, es decir, como explica Azorín en el capítulo I 'La partida', «los pueblos son las ciudades y las pequeñas villas de La Mancha y de las estepas que yo amo;»

Y es que Azorín también era, al igual que Don Quijote, un aficionado a la lectura, sino miren cómo reacciona Doña Isabel en el siguiente pasaje:

«Yo creo -dice Isabel-, Azorín, que esos libros y esos papeles que usted escribe le están matando. Muchas veces -añade sonriendo- he tenido la tentación de quemarlos todo durante alguno de sus viajes.»

Tal tentación fue cumplida siglos atrás con la biblioteca de Don Quijote cuando la ama, la sobrina, el cura y el barbero se confabularon para quemar los libros de la biblioteca del hidalgo manchego, por considerarlos causa de su locura.

Pero vuelvo al libro de turno, este consta de una dedicatoria, quince capìtulos y una nota titulada "pequeña guía para los extranjeros que nos visiten con motivo del centenario".

Lo que hizo Azorín fue una hazaña que todo aficionado del Quijote agradece. Dejar un registro imperecedero de sus experiencias en aquellos lugares legendarios con gente maravillosa.

Azorín visitó Argamasilla, el río Guadiana, Puerto Lápiche, Ruidera, la cueva de Montesinos, El Toboso, entre otros pueblos.

Ahora dejo algunos pasajes del libro referido capítulo a capítulo:

Capítulo I: La partida

«¿Nuestra vida no es como la del buen caballero errante que nació en uno de estos pueblos manchegos? Tal vez, si, nuestro vivir, como el de don Alonso Quijano el Bueno, es un combate inacabable, sin premio, por ideales que no veremos realizados...»

«Lector: perdóname; yo soy un pobre hombre que, en los ratos de vanidad, quiere aparentar que sabe algo, pero que en realidad no sabe nada.»

Capítulo II: En marcha

«Señoras mías, escuchadme un momento. Yo les agradecería a vuesas mercedes un poco de salpicón, un poco de duelos y quebrantos, algo acaso de alguna olla modesta en que haya "más berza que carnero"»

Capítulo III. Psicología de Argamasilla

«Don Quijote de la Mancha había de ser forzosamente de Argamasilla de Alba. Oídlo bien; no lo olvidéis jamás: el pueblo entero de Argamasilla es lo que se llama un pueblo andante.»

«¿Cuándo vivió don Alonso? ¿No fue por estos mismos años que hemos expresado anteriormente? Cervantes escribía con lentitud; su imaginación era tarde en elaborar; salió a luz la obra en 1605; mas ya entonces el buen caballero retratado en sus páginas había fenecido, y ya desde luego hemos de suponer que el autor debió de comenzar a planear su libro mucho después de acontecer esta muerte deplorable, es decir, que podemos sin temor afirmar que don Alonso vivió a mediados del siglo XVI, acaso en 1560, tal vez en 1570, es posible que en 1575.»

«Precisamente en este mismo año, nuestro rey don Felipe II requería de los vecinos de la villa de Argamasilla una información puntual, minuciosa, exacta, de la villa y sus aledaños. ¿Cómo desobeceder a este monarca? No era posible.»

«Pero el pueblo —y aquí entramos en otra etapa de su psicologìa—; el pueblo primitivamente se hallaba establecido en el lugar llamado Moraleja; ocurría esto en 1555. Mas una epidemia sobreviene; la población se dispersa; reina un momento de pavor y de incertidumbre, y como en un trope, los moradores corren hacia el cerro llamado de Boñigal y allí van formando nuevamente el poblado. Y otra vez, al cabo de pocos años, cae sobre el flamante caserío otra epidemia, y de nuevo, atemorizados, enardecidos, exasperados, los habitantes huyen, corren, se dispersan y se van reuniendo, al fin, en el paraje que lleva el nombre de Argamasilla, y aquí fundan otra ciudad, que es la que ha llegado hasta neustros dìas y es en la que ha nacido el gran manchego.»

«¿Veis cómo el pánico, la inquietud nerviosa, la exasperación, las angustias que han padecido las madres de estos nuevos hombres se ha comunicado a ellos y ha formado en la nueva ciudad un ambiente de hiperestesia sensitiva, de desasosiego, de anhelo perdurable por algo desconocido y lejano? ¿Acabáis de aprender cómo Argamasilla entero es un pueblo andante y cómo aquí había de nacer el mayor de los caballeros andantes?»

«"Este —dicen los vecinos informantes— es un pueblo enfermo, porque cerca de esta villa se suele derramar la madre del río de Guadiana, y porque pasa por esta villa y hace remanso el agua, y de causa del dicho remanso y detenimiento del agua salen muchos vapores que acuden al pueblo con el aire".»

«Argamasilla es un pueblo enfermizo, fundado por una generación presa de una hiperestesia nerviosa.»

Capítulo IV El ambiente de Argamasilla

«Cuánto tiempo hace que estoy en Argamasilla de Alba? ¿Dos, tres, cuatro, seis años? He perdido la noción del tiempo y la del espacio; ya no se me ocurre nada ni sè escribir,»

«Aquí cada imaginación parece que ha de marchar por su camino, independiente, opuesta a toda traba y ligamen; no hay un ambiente que una a todos los espíritus como en un haz invisible; las calles son de una espaciosidad extraordinaria; las casas son bajas y largas; de trecho en trecho, un inconmensurable portalón de un patio rompe, de pronto, lo que pudièramos llamar la solidaridad espiritual de las casas; allá, al final de la calle, la llanura se columbra inmensa, infinita, y encima de nosotros, a toda hora limpia, como atrayendo todos nuestros anhelos, se abre también inmensa, infinita, la bóveda radiante, ¿No es este el medio en que han nacido y se han desarrollado las grandes voluntades, fuertes, poderosas, tremendas, pero solitarias, anárquicas, de aventureros, navegantes, conquistadores? ¿Cabrá aquí, en estos pueblos, el concierto íntimo, tácito, de voluntades y de inteligencias, que hace la posperidad sólida y duradera de uan nación? Yo voy recorriendo las calles de este pueblo.»

«Argamasilla en 1575 contaba con 700 vecinos; en 1905 cuenta con 850. Argamasilla en 1575 tenía 600 casas; en 1905 tiene 711. En tres siglos es bien poco lo que se ha adelantado. "Desde 1900 hasta la fecha —me dicen— no se han construido más allá de ocho casas". Todo està en profundo reposo.»

Capítulo V. Los Académicos de Argamasilla

«"...Con tutta quella gente que si lava in Guadiana...". Ariosto, Orlando Furioso, canto XIV»

«Pero si estoy dispuesto a creer firmemente que Cervantes era manchego y estuvo encerrado en Argamasilla, en cambio —perdonadme mi incredulidad— me resisto a secundar la idea de que Don Quijote vivió en este lugar manchego. Y entonces, cuando he acabado de exponer tímidamente, con toda cortesía, esta proposición, don Cándido me mira con ojos de una mayor espanto, de una más profunda estupefacción y grita extendiendo hacia mí los brazos:

—¡No, no por Dios! ¡No, no señor Azorín!¡Llévese usted a Cervantes; lléveselo usted en buena hora; pero déjenos usted a Don Quijote!»

«Don Quijote era el propio don Rodrigo Pacheco, el que está retratado en nuestra iglesia, y no podrá nadie, nadie, por mucha que sea su ciencia, destruir esta tradición en que todos han creído y que se ha mantenido siempre tant fuerte y tan constante...»

«¿No os agradaría esto a vosotros? Don Carlos lee y relee a todas horas el Quijote; Don Juan Alfonso —tan parco, tan mesurado, de tan sólido juicio— ha escudriñado, en busca de datos sobre Cervantes, los más diminutos papeles del archivo; don Luis cita, con menudos detalles, los más insignificantes parajes que recorriera el caballero insigne. Y don Cándido y don Francisco traen a cada momento a colación largos párrafos del gran libro. Un hálito de arte, de patriotismo, se cierne en esta clara estancia en esta hora, entre estas viejas figuras de hidalgos castellanos.»

Capítulo VI. Siluetas de Argamasilla

«Juana María.

Juana María ha venido y se ha sentado un momento en la cocina; Juana María es delgada, esbelta; sus ojos son azules; su cara es ovalada; sus labios son rojos. ¿Es manchega Juana María? ¿Es de Argamasilla? ¿Es del Tomelloso? ¿Es de Puerto Lápiche? ¿Es de Herencia? Juana María es manchega castiza. Y cuando una mujer es manchega castiza, como Juana María, tiene el espíritu más fino, más sutil, más discreto, más delicado que una mujer puede tener. ... Pero, duerante un momento las voces de las comadres enmudecen; entonces, en el breve silencio, tal vez como resumen o corolario a lo que se iba diciendo, suena una voz que dice: 

—¡Ea, todas las cosas vienen por su cabales!

Vosotros, que estabais inclinados sobre la lumbre, levantáis rápidamente la cabeza sorprendidos. ¿Qué voz es esta? —pensáis vosotros—. ¿Quièn tiene esta entonación tan dulce, tan suave, tan acariciadora? ¿Cómo una breve frase puede ser dicha con tan natural y tan supremo arte? Y ya vuestras miradas no se apartan de esta moza de los ojos azules y de los labios rojos. Ella está inmovil; sus brazos los tiene cruzados sobre el pecho; de cuando en cuando se encorva un poco, asiente a lo que oye con un ligero movimiento de cabeza, o pronuncia unas pocas palabras mesuradas corteses, acaso subrayadas por una dulce sonrisa de ironía....

¿Cómo, por qué misterio encontráis este espíritu aristocrático bajo las ropas y atavíos del campesino?¿Cómo, por qué misterio desde un palacio del Renacimiento, donde este espíritu se formaría hace tres siglos, ha llegado, en estos tiempos, a encontrarse en la modesta casilla de un labriego? Lector: yo oigo sugestionado las palabras dulces, melódicas, insinuantes, graves, sentenciosas, suavemente socarronas a ratos, de Juana María. Esta es la mujer española.»

«Ya es media mañana; las horas van pasando lentas; nada ocurre en el pueblo; nada ha ocurrido ayer; nada ocurrirá mañana.»

«¿No sentís una profunda atracción hacia estas voluntades que se han roto súbitamente, hacia estas vidas que se han parado, hacia estos espíritus que —como quería el filósofo Nietzsche— no han podido sobrepujarse a sí mismos? Hace tres siglos en Argamasilla comenzó a edificarse una iglesia; una día la energía de los moradores del pueblo cesó de pronto; la iglesia, ancha, magnífica, permaneció sin terminar; media iglesia quedó cubierta; la otra mitad quedó en ruinas.»

«Y luego, cuando se le ha hablado largo rato de las diferentes ocasiones memorables en que èl ha sido llamado para confeccionar este manjar, él afirma que de todas cuantas veces como de ellos, siempre encuentra mejores los que se halla comiendo cuando los come.

Y esta es una grande, una suprema filosofía; no hay pasado ni existe porvenir; sólo el presente es real y es lo trascendental. ¿Qué importan nuestros recuerdos del pasado, ni qué valen nuestras esperanzas en lo futuro? Sólo estos suculentos galianos que tenemos delante, humeadores en su caldero, son la realidad única; a par de ellos el pasado y el porvenir son fantasías.»

Capítulo VII. La primera salida

«Ya llevamos caminando cuatro horas (...) Por este camino, a través de estos llanos, a estas horas precisamente caminaba una mañana ardorosa de julio el gran caballero de la Triste Figura; sólo recorriendo estas llanuras, empapándose de este silencio, gozando de la austeridad de este paisaje, es como se acaba de amar del todo, íntimamente, profundamente, esta figura dolorosa. ¿En qué pensaba don Alonso Quijano el Bueno cuando iba por estos campos a horcajadas en Rocinante, dejadas las riendas de la mano, caída la noble, la pensativa, la ensoñadora cabeza sobre el pecho? ¿Qué planes, qué ideales imaginaba? ¿Qué inmortales y generosas empresas iba fraguando?»

«¿De qué manera no sentirnos aquí desligados de todo? ¿De qué manera no sentir que un algo misterioso, que un anhelo que no podemos explicar, que un ansia indefinida, inefable, surge de nuestro espìritu?»

Capítulo VIII. La Venta de Puerto Lápiche

«José Antonio, es decir, es el único médico de Puerto Lápiche. (...) —Don José Antonio —Le digo yo, cuando hemos cambiado las imprescindibles frases primeras—; don José Antonio, ¿es verdad que existe en Puerto Lápiche aquella venta famosa en que fue armado caballero Don Quijote?

Don José Antonio sonríe un poco.

—Es es mi debilidad —me dice—; es venta existe, es decir, existía; yo he preguntado a todos los más viejos del pueblo sobre ella; yo he recogido todos los datos que me ha sido posible...y —añade con un mirada con que parece pedirme excusas— y he escrito algunas cosillas sobre ella, que verá usted luego.»

«Mas yo estoy hablando como si realmente tal venta existiese, y la tal venta, amigo lector, no existe.»

«Se comprende cómo Don Quijote, retirado en un pueblecillo modesto, pudo allegar, sin salir de él, todo el caudal de sus libros de caballerías? ¿No proporcionarían tales libros al buen hidalgo gentes de humor que pasaban de Madrid o de Valencia y que acaso se desahogarían de la fatiga deñ viaje charlando un rato amenamente con este caballero fantaseador? Y, ¿no le dejarían gustosos, como recuerdo, a cambio de sus razones bizarras un libro de Amadís o de Tirante el Blanco

Capítulo IX. Camino de Ruidera

«Por esta misma parte por donde yo acabo de partir de la villa, hacía sus salidas el caballero de la Triste Figura; su casa —hoy extensa bodega— lindaba con la huerta; una amena y sombría arboleda entolbada gratamente el camino:»

«Ya sabéis que don Alonso Quijano el Bueno dicen que era el hidalgo don Rodrigo Pacheco.»

«Y en este punto, en nuestro andar incesante, descubrimos lo más estupendo, lo más extraordinario, lo más memorable y grandioso de este viaje. Una casilla  baja, larga, con pardo tejadillo de tejas rotas, muéstrase oculta, arrebozada entre las gráciles enramadas de olmos y chopos; es un batán, mudo envejecido, arruinado.»

Capítulo X. La Cueva de Montesinos

«Ya el cronista se siente abrumado, anonadado, exasperado, enervado, desesperado, alucinado por la visión continua, intensa, monótona de los llanos de barbecho, de los llanos de eriazo, de los llanos cubiertos de un verder imperceptible, tenue.»

«Cervantes dice que de la aldea hasta la cueva media dos leguas; esta es la cifra exacta.»

«"estar muy cerca" vale tanto como expresar que aún nos queda por recorrer un kilómetro largo. Ya estamos cerca de la cueva famosa; hemos de doblar un eminente cerro que se yergue ante nuestra vista; luego hemos de descender por un recuesto; después hemos de atravesar una hondonada. Y, al fin, ya realizadas todas estas operaciones, descubrimos en un declive una excavación somera, abierta en tierra roja.»

«La empresa que iba a llevar a cabo era tremenda; tal vez pueda ser esta reputada como la más alta de sus hazañas. Don Alonso Quijano el Bueno está inmovil, arrogante, ante la cueva; si en su espíritu hay un leve temor en esta hora, no lo vemos nosotros.»

«"—¡Oh, señora de mis acciones y movimientos —repite Don Quijote—, clarísima y sin par Dulcinea del Toboso! Si es posible que lleguen a tus oídos las plegarias y rogaciones de este tu venturoso amante, por tu inaudita belleza te ruego las escuches, que no son otras que rogarte no me niegues tu favor y amparo ahora que tanto lo he menester".»

«Porque el gran idealista no vería negada a Dulcinea; pero vería negada la eterna justicia y el eterno amor de los hombres.»

Capítulo XI. Los molinos de viento

«¿Os extrañará que don Alonso Quijano el Bueno tomara por gigantes los molinos? Los molinos de viento eran, precisamente cuando vivía Don Quijote, una novedad estupenda; su implantaron en La Mancha en 1575.»

«¿Cómo extrañar que la fantasía del buen manchego se exaltara ante estas máquinas inauditas, maravillosas?»

Capítulo XII. Los Sanchos de Criptana

«—Señor Azorín —dice este hidalgo—; nosotros somos los Sancho Panzas de Criptana; nosotros venimos a incautarnos de su persona.»

«en Criptana no hay Don Quijotes; Argamasilla se enorgullece con ser la patria del caballero de la Triste Figura; Criptana quiere representar y compendiar el espìritu pràctico, bondadoso y agudo del sin par Sancho Panza.»

«en los demás pueblos de La Mancha, que se crean Quijotes si les place; aquí nos sentimos todos compañeros y hermanos espirituales de Sancho Panza.»

«—Señor Azorín —me dice—, yo he compuesto un himno a Cervantes para que sea cantado en el Centenario.

—Perfectamente, don Bernardo —contesto yo.

—¿Quiere usted oirlo, señor Azorín? —torna él a decirme.

—Con mucho gusto, don Bernardo —vuelvo yo a contestarle.

Y don Bernardo tose un poco, vuelve a toser y comienza a cantar en voz baja, mientras el coche da unos zarandeos terribles:

Gloria, gloria, cantad a Cervantes, 

creador del Quijote inmortal...»

«la idea tiempo, en mis andanzas por La Mancha, ha desaparecido de mi cerebro.»

«Y yo pienso en lo más íntimo de mi ser: "Pero este don Bernardo, tan cariñoso, tan bueno, ¿será realmente un Sancho Panza, como él asegura a cada momento, o tendrá más bien algo del espíritu de Don Quijote?»

Capítulo XIII. En el Toboso

«tal vez vosotros sois unos pobres hombres —como el cronista— que no habéis salido jamás de vuestros libros.»

«Los terrenos grisàceos, rojizos, amarillentos, se descubren, iguales todos, con una monotonía desesperante. (... al doblar una loma distinguís en la lejanía remotísima, allá en los confines del horizonte, una torre diminuta y una mancha negruzca, apenas visible en la uniformidad plomiza del paisaje. Este es el pueblo del Toboso.»

«Hay algo en las proximidades de este pueblo que parece como una condensación, como una síntesis de toda la tristeza de La Mancha.»

«El silencio es profundo; no descubrís ni un ser viviente; el reposo parece que se ha solidificado.»

«¿Cómo el pueblo del Toboso ha podido llegar a este grado de decadencia? —pensáis vosotros mientras dejáis la plaza—. "El Toboso —os dicen— era antes una población caudalosa; ahora no es ya ni sombra de lo que fue en aquellos tiempos. Las casas que se hunden no tornan a ser edificadas; los moradores emigran a los pueblos cercanos; las viejas familias de los hidalgos —enlazadas con uniones consanguíneas desde hace dos o tres generaciones —acaban ahora sin descendencia." Y vais recorriendo calles y calles. Y tornáis a ver muros ruinosos, puertas tapiadasa, arcos despedazados. ¿Dónde estaba la casa de Dulcinea? ¿Era realmente Dulcinea esta Aldonza Zarco de Morales de que hablan los cronistas?»

Capítulo XIV. Los miguelistas del Toboso

«Por qué no he de daros la extraña, la inaudita noticia? En todas partes del planeta el autor del Quijote es Miguel de Cervantes Saavedra; en el Tobolso es sencillamente Miguel. Todos le tratan con suma cordialidad; todos se hacen la ilusión de que han conocido a la familia»

«—Señor Azorín —repite don Silverio—; Miguel no era de aquí; Blas tampoco. Pero ¿cómo dudar de que el abuelo lo era? —No lo dude usted —añade doña Pilar sonriendo afablemente—; don Silverio tiene razón.»

«—Sí, Miguel era manchego —añade don VIcente pasando la mano por su barba.

—Sí, era manchego —dice don Jesús.

—Era manchego —añade don Emilio.

—¡Ya creo que lo era! —exclama don Diego levantando la cabeza y saliendo de sus remotas ensoñaciones.

Y don Silverio agrega dando una recia voz:

—¡Pero váyales usted con esto a los académicos!

Y ya la gran palabra ha sido pronunciada. ¡Los académicos! ¿Habéis oído? ¿Os percatáis de toda la trascendencia de esta frase? En toda la Mancha, en todos los lugares, pueblos, aldeas que he recorrido, he escuchado esta frase, dicha siempre con una intencionada entonación. Los académicos, hace años, no sé cuando, decidieron que Cervantes fuese de Alcalá y no de Alcázar; desde entonces, poco a poco, entre los viejos hidalgos manchegos ha ido formándose un enojo, una ojeriza, una ira contra los académicos. Y hoy en Argamasilla, en Alcázar, en El Toboso, en Criptana, se siente un odio terrible, formidable, contra los académicos. Y los académicos no se sabe a punto fijo lo que son; los académicos son, para los hombres, para las mujeres, para los niños, para todos, algo como un poder oculto, poderoso, tremendo; algo como una espantable deidad maligna que ha hecho caer sobre la Mancha la más grande de todas las desdichas, puesto que ha decidido con sus fallos inapelables y enormes que Miguel de Cervantes Saavedera no ha nacido en Alcázar...»

«—Señor Azorín, puede usted creerme; estos ojos que usted ve, han visto el propio escudo de la familia de Miguel. (...)

—¡Sí, sí; yo lo he visto! En el escudo figuraban dos ciervas; la divisa decía de este modo:

Dos ciervas en campo verde;

la una pace; la otra duerme;

la que pace, paz augura;

la que duerme, la asegura.

Capítulo XV. La exaltación española

«¿Habrá otro pueblo, aparte de este, más castizo, más manchego, más típico, donde íntimamente se comprenda y se sienta la alucinación de estas campiñas rasas, el vivir doloroso y resignado de estos buenos labriegos, la monotonía y la desesperación de las horas que pasan y pasan lentas, eternas, en un ambiente de tristeza, de soledad y de inacción?»

«Decidme, ¿no comprendéis en estas tierras los ensueños, los desvaríos, las imaginaciones desatadas del grande loco? La fantasía se echa a volar frenética por estos llanos; surgen en los cerebros visiones, quimeras, fantasías torturadoras y locas.»

«El tiempo transcurre lento en este marasmo; las inteligencias dormitan. Y un día, de pronto, una vieja habla de apariciones, un chusco simula unos incendios, y todas las fantasías, hasta allí en reposo, vibran enloquecidas y se lanzan hacia el ensueño. ¿No es esta la patria del gran ensoñador don Alonso Quijano? ¿No está en este pueblo compendiada la historia eterna de la tierra española? ¿No es esto la fantasía loca, irrazonada e impetuosa que rompe de pronto la inacción para caer otra vez estérilmente en el marasmo?»

«Y esta es —y con esto termino— la exaltación loca y baldía que Cervantes condenó en el Quijote; no aquel amor al ideal, no aquella ilusión, no aquella ingenuidad no aquella audacia, no aquella confianza en nosotros mismo, no aquella vena soñadora, que tanto admira el pueblo inglés en nuestro Hidalgo, que tan indispensables son para la realización de todas las grandes y generosas empresas humanas, y sin las cuales los pueblos y los individuos fatalmente van a la decadencia...»

Sobre el autor

(Wikipedia)


José Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo Azorín (Monóvar, 8 de junio de 1873-Madrid, 2 de marzo de 1967), fue un escritor español perteneciente a la generación del 98, que cultivó diversos géneros literarios: la novela, el ensayo, la crónica periodística y la crítica literaria y, en menor medida, el teatro. Como político, ocupó en cinco ocasiones escaño de diputado a Cortes durante la Restauración.

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