Amazonas era mi lugar favorito en los tiempos de estudiante de farmacia. El mercado de libros más popular de Lima se convirtió para mi en mi isla paradisiaca, en mi teatro mágico, en mi parque de diversiones. Quedaba muy cerca a la facultad, a veinte minutos en combi, y cada vez que podía iba a pasear al mercado.
Generalmente entre clases, donde se tenía que esperar varias horas, o los sábados al mediodia luego de alguna práctica en el laboratorio. Pasear por el mercado me era muy agradable, la tensión que frecuentemente experimentaba al estudiar las ciencias farmacéuticas quedaban anuladas aquí frente a los libros de literatura en la cual yo iba revisando con parsimonia uno a uno a mi antojo con el consentimiento tácito del dueño del puesto. Allí adquirí casi todos los libros que tengo, la colección de Dostoievsky, los dos tomos de La Montaña Mágica o el compendio de lujo de las obras del irlandes Oscar Wilde. Allí también encontré a Flaubert con su Madame Bovary y a Zola con su Naná. También encontré a Nabokov y su Lolita, al fantástico Fausto de Goethe y muchos libros de ajedrez, disciplina que me ayudaba a equilibrar mis días.
Sería divertido volver a pisar el teatro mágico antes de fin de año para encontrar alguna obra pendiente, quizás, se me ocurre, una de Hermann Hesse.
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