Epsilon Literario
lecturas propuestas a través de breves notas
martes, 10 de junio de 2025
292. El diablo (León Tolstói) [Lectura 2025]
miércoles, 4 de junio de 2025
291. El diablo. Una investigación contemporánea. (P. Gabriele Amorth, Paolo Rodari) 4ta. reimpresión 2023
En la carátula del libro se lee el siguiente texto: "la más grande victoria del diablo es hacer creer que no existe".
Los autores del libro afirman que el diablo existe, que son una legión innumerable, que el infierno existe y que los demonios se empeñan sin descanso en separar al hombre de Dios para llevarlos a la condenación eterna. Para los católicos, creemos efectivamente que esto es así, en conformidad con la sana doctrina de la Iglesia católica.
La investigación presenta los testimonios de algunos santos, que por la gracia de Dios, pudieron presenciar el infierno. Santa Teresa de Jesús o Don Bosco son alguno de ellos.
El libro también describe algunos casos de exorcismos de posesiones demoníacas y asimismo detalla las diferentes maneras de cómo el diablo se manifiesta, ordinariamente y extraordinariamente.
Finalmente, siguiendo fielmente la doctrina de la Iglesia, los autores enfatizan que la oración y los sacramentos es el medio más eficaz para luchar contra los demonios e instan a los fieles a llevarlo a cabo.
El libro nos deja un mensaje claro. Mantengámonos despiertos y alertas ante los ataques del demonio, defendámonos de ellos mediante la oración y una vida en búsqueda de la santidad, unidos siempre a Cristo como el sarmiento a la vid.
Cito el mensaje de San Juan Pablo II a los jóvenes chilenos, "Miremos a Cristo, Cristo ha vencido a la muerte y al pecado. El amor vence siempre. Dios siempre puede más".
miércoles, 28 de mayo de 2025
290. Cien años de luz. Fátima, un foco de paz desde 1917 [lectura de 2025]
martes, 31 de diciembre de 2024
289. La Biblia en 365 días (Traducción del Vaticano, en la voz del Padre Fray Nelson Medina, OP)
viernes, 29 de noviembre de 2024
288. Carta encíclica Spe Salvi. Sobre la esperanza cristiana. (Benedicto XVI, 2007)
" « SPE SALVI facti sumus » – en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24). Según la fe cristiana, la « redención », la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Ahora bien, se nos plantea inmediatamente la siguiente pregunta: pero, ¿de qué género ha de ser esta esperanza para poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ella? Y, ¿de qué tipo de certeza se trata? " (1)
Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo (22).
Ciertamente, la razón es el gran don de Dios al hombre, y la victoria de la razón sobre la irracionalidad es también un objetivo de la fe cristiana.Pero ¿cuándo domina realmente la razón? ¿Acaso cuando se ha apartado de Dios? ¿Cuando se ha hecho ciega para Dios? La razón del poder y del hacer ¿es ya toda la razón? Si el progreso, para ser progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal. Sólo de este modo se convierte en una razón realmente humana. Sólo se vuelve humana si es capaz de indicar el camino a la voluntad, y esto sólo lo puede hacer si mira más allá de sí misma. En caso contrario, la situación del hombre, en el desequilibrio entre la capacidad material, por un lado, y la falta de juicio del corazón, por otro, se convierte en una amenaza para sí mismo y para la creación. Por eso, hablando de libertad, se ha de recordar que la libertad humana requiere que concurran varias libertades. Sin embargo, esto no se puede lograr si no está determinado por un común e intrínseco criterio de medida, que es fundamento y meta de nuestra libertad. Digámoslo ahora de manera muy sencilla: el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. Visto el desarrollo de la edad moderna, la afirmación de san Pablo citada al principio (Ef 2,12) se demuestra muy realista y simplemente verdadera. Por tanto, no cabe duda de que un « reino de Dios » instaurado sin Dios –un reino, pues, sólo del hombre– desemboca inevitablemente en « el final perverso » de todas las cosas descrito por Kant: lo hemos visto y lo seguimos viendo siempre una y otra vez (23).
Preguntémonos ahora de nuevo: ¿qué podemos esperar? Y ¿qué es lo que no podemos esperar? Ante todo hemos de constatar que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí, en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres.
La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio. Es verdad que las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que los inventos materiales. El tesoro moral de la humanidad no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella (24).
Pero no debemos olvidarnos del prójimo, a quien debemos tomarle de la mano para ir juntos hacia ese encuentro celestial.
Pero ahora surge la pregunta: de este modo, ¿no hemos recaído quizás en el individualismo de la salvación? ¿En la esperanza sólo para mí que además, precisamente por eso, no es una esperanza verdadera porque olvida y descuida a los demás? No. La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar. En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (cf. 1 Tm 2,6). Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser « para todos », hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos. Quisiera citar en este contexto al gran doctor griego de la Iglesia, san Máximo el Confesor († 662), el cual exhorta primero a no anteponer nada al conocimiento y al amor de Dios, pero pasa enseguida a aplicaciones muy prácticas: « Quien ama a Dios no puede guardar para sí el dinero, sino que lo reparte ‘‘según Dios'' [...], a imitación de Dios, sin discriminación alguna ». Del amor a Dios se deriva la participación en la justicia y en la bondad de Dios hacia los otros; amar a Dios requiere la libertad interior respecto a todo lo que se posee y todas las cosas materiales: el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro. En la vida de san Agustín podemos observar de modo conmovedor la misma relación entre amor de Dios y responsabilidad para con los hombres. Tras su conversión a la fe cristiana quiso, junto con algunos amigos de ideas afines, llevar una vida que estuviera dedicada totalmente a la palabra de Dios y a las cosas eternas. Quiso realizar con valores cristianos el ideal de la vida contemplativa descrito en la gran filosofía griega, eligiendo de este modo « la mejor parte » (Lc 10,42). Pero las cosas fueron de otra manera. Mientras participaba en la Misa dominical, en la ciudad portuaria de Hipona, fue llamado aparte por el Obispo, fuera de la muchedumbre, y obligado a dejarse ordenar para ejercer el ministerio sacerdotal en aquella ciudad. Fijándose retrospectivamente en aquel momento, escribe en sus Confesiones: « Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad. Mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: "Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para él que murió por ellos" (cf. 2 Co 5,15) ». Cristo murió por todos. Vivir para Él significa dejarse moldear en su « ser-para » (28).
lunes, 28 de octubre de 2024
287. Señor de los Milagros. Guarda y custodio desta ciudad (Munilibros)
viernes, 11 de octubre de 2024
Para qué sirve la Fe (P. Santiago Martín, FM)
¿Qué motivos ha encontrado históricamente el hombre para elegir entre la Fe y la increencia? Creer o no creer es la gran cuestión existencial que se ha planteado desde siempre. Es la elección que cada ser humano, individual y único, enfrenta desde que empieza a ser consciente de su existencia.¿Qué le ha dado mejor resultado? ¿Ante los grandes problemas de la vida, está mejor preparado el creyente o el no creyente? ¿Y ante la muerte? ¿Es el hombre razón pura?Este libro trata de dar respuesta a estas preguntas y aportar un poco de luz a un problema tan vital como eterno; luz procedente del sentido común, del equilibrio integrador entre lo que dicta la razón y lo que enseña el corazón, con el fin de ayudarnos a vivir con paz y esperanza.
Ya desde el subtítulo del libro: Aportaciones para un diálogo con los no creyentes, se deja claro cuál es el objeto del libro.
El libro consta de una Introducción y seis capítulos titulados como sigue:
Capítulo I. Una larga marcha
Capítulo II. El debate sobre la razón, ¿ceguera de la fe?
Capítulo III. El debate desde el corazón. El triunfo del sentido común.
Capítulo IV. La crisis de fe y de increencia.
Capítulo V. Aprender a creer.
Capítulo VI. La opción cristiana.
Cómo hubiera dejado de perder tanto tiempo si hubiera encontrado este tipo de libros, llenos de sabios consejos cristianos para llevar una vida de espiritualidad apegado a la doctrina católica.
En el capítulo I, el padre Santiago Martín advierte del avance del ateísmo. Menciona que la "Cristiandad" empieza a quebrarse por el avance de la ciencia y por la emancipación de la filosofía con relación a la teología (p.19). El hombre considera que puede competir con Dios al que puede apartar de su camino y ocupar su lugar.
El padre señala que, son muchos los autores que señalan que el ateísmo actual se origina en el Renacimiento, aunque se fragua sobre todo en la Ilustración. Este ateísmo parte de la confianza en la razón humana para dominar la naturaleza, confianza favorecida por el progreso de las ciencias [Thomas Kuhn no lo llamaría progreso en su libro La estructura de las revoluciones científicas] desde finales de la Edad Media y el desarrollo de la técnica que facilita la vida cotidiana de los hombres.
El padre Santiago puntualiza que, el Dios de muchos filósofos de la Ilustración es un Dios superfluo [Hay un libro de Benedicto XVI que se titula el Dios de la fe y el Dios de los filósofos], un Dios del que se puede prescindir en casi todos los aspectos de la vida, sobre todo cuando se está iluminado por la "diosa razón", la cual se entronizó tras la Revolución francesa [Revolución criminal contra los cristianos]. El Dios de los cristianos de esa época (la ilustración) es, sobre todo, un Dios que no fundamenta los valores morales. Y el padre añade que, de un Dios del que se puede prescindir se termina, más pronto o más tarde, prescindiendo. Por eso, de aquel ateísmo light se pasará después al ateísmo militante para concluir con el actual agnosticismo o ateísmo práctico, en la indiferencia.
El padre señala como promotores de esta destrucción del cristianismo a Descartes, Kant y Hegel y los discípulos de este último: Feuerbach, Marx, Freud, Nietzsche, Sartre y Bloch (estos discípulos son denominados como "los padres de la sospecha").
El ateísmo de estos razonadores se caracteriza por negar a Dios para ensalzar al hombre. Dios como obstáculo que encuentra el hombre para su camino a la plenitud, por eso Dios tiene que ser eliminado, no solo del culto social y público sino también, de la conciencia humana. Es en resumen el pensamiento de estos señores ateos (p. 23).
Sin embargo, pese a tantos ataques a la religión, el hombre común sigue preguntándose por Dios, con un corazón que no se sacia con las cosas de este mundo (p.46).
Por ejemplo, una interrogante capital es sobre el problema del mal y su frecuente triunfo sobre el bien. Asimismo, todos, sin excepción, no escaparemos a la muerte.
Entonces, el padre termina el capítulo I diciendo que, demostrar que las respuestas que nacen desde la fe son no sólo más útiles, sino también más racionales y por tanto más humanas, será el objetivo del resto del libro. Y demostrar que en Cristo ha llegado a la plenitud el sentimiento religioso y que las preguntas de creyentes y no creyentes hallan en el hijo de María de Nazaret las mejores respuestas [La llena de Gracia], constituirá la última parte de esta obra.
Obra que, efectivamente en su capítulo final dedica temas fundamentales para la vida en la fe como sobre el dogma cristiano, la moral, la vida de oración y la misión de la Iglesia.
Recomiendo este libro de espiritualidad tanto para católicos practicantes, "paganos bautizados", agnósticos, ateos y otros.
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