martes, 31 de diciembre de 2024

289. La Biblia en 365 días (Traducción del Vaticano, en la voz del Padre Fray Nelson Medina, OP)

 


Finalizamos el proyecto de la lectura de toda la Biblia en 365 días (en la traducción de Vaticano), en la voz del Padre Fray Nelson Medina, a quien le agradezco muchísimo. Sin su iniciativa, quizá no lo hubiera finalizado.
Alabado sea Jesucristo y su Santísima Madre. Me encomiendo a la voluntad de Dios y pido con humildad la Gracia del Espíritu Santo para que haga realidad la Verdad de la Palabra de Dios en nuestras vidas.

viernes, 29 de noviembre de 2024

288. Carta encíclica Spe Salvi. Sobre la esperanza cristiana. (Benedicto XVI, 2007)

Spe Salvi, son las primeras palabras de: 
" « SPE SALVI facti sumus » – en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24). Según la fe cristiana, la « redención », la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Ahora bien, se nos plantea inmediatamente la siguiente pregunta: pero, ¿de qué género ha de ser esta esperanza para poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ella? Y, ¿de qué tipo de certeza se trata? " (1)

Benedicto XVI nos recuerda que somos los cristianos quienes tenemos la verdadera esperanza, la fe en la vida futura, en la Vida Eterna. Esa esperanza nos soporta en nuestras vidas como fuertes cimientos, como una gran roca que es Jesús mismo. En la encíclica, que hace referencia a varios pasajes de la Palabra de Dios e interpretaciones, Benedicto XVI nos alienta a fortalecer nuestra fe en Jesucristo, quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Solo a través de Él podemos llegar al Padre, al cielo y poder estar en comunión con Dios plenamente en la Vida Futura. 

Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo (22).
Ciertamente, la razón es el gran don de Dios al hombre, y la victoria de la razón sobre la irracionalidad es también un objetivo de la fe cristiana.
Pero ¿cuándo domina realmente la razón? ¿Acaso cuando se ha apartado de Dios? ¿Cuando se ha hecho ciega para Dios? La razón del poder y del hacer ¿es ya toda la razón? Si el progreso, para ser progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal. Sólo de este modo se convierte en una razón realmente humana. Sólo se vuelve humana si es capaz de indicar el camino a la voluntad, y esto sólo lo puede hacer si mira más allá de sí misma. En caso contrario, la situación del hombre, en el desequilibrio entre la capacidad material, por un lado, y la falta de juicio del corazón, por otro, se convierte en una amenaza para sí mismo y para la creación. Por eso, hablando de libertad, se ha de recordar que la libertad humana requiere que concurran varias libertades. Sin embargo, esto no se puede lograr si no está determinado por un común e intrínseco criterio de medida, que es fundamento y meta de nuestra libertad. Digámoslo ahora de manera muy sencilla: el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. Visto el desarrollo de la edad moderna, la afirmación de san Pablo citada al principio (Ef 2,12) se demuestra muy realista y simplemente verdadera. Por tanto, no cabe duda de que un « reino de Dios » instaurado sin Dios –un reino, pues, sólo del hombre– desemboca inevitablemente en « el final perverso » de todas las cosas descrito por Kant: lo hemos visto y lo seguimos viendo siempre una y otra vez (23).

Preguntémonos ahora de nuevo: ¿qué podemos esperar? Y ¿qué es lo que no podemos esperar? Ante todo hemos de constatar que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí, en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres.

La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio. Es verdad que las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que los inventos materiales. El tesoro moral de la humanidad no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella (24).

Pero no debemos olvidarnos del prójimo, a quien debemos tomarle de la mano para ir juntos hacia ese encuentro celestial.

Pero ahora surge la pregunta: de este modo, ¿no hemos recaído quizás en el individualismo de la salvación? ¿En la esperanza sólo para mí que además, precisamente por eso, no es una esperanza verdadera porque olvida y descuida a los demás? No. La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar. En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (cf. 1 Tm 2,6). Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser « para todos », hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos. Quisiera citar en este contexto al gran doctor griego de la Iglesia, san Máximo el Confesor († 662), el cual exhorta primero a no anteponer nada al conocimiento y al amor de Dios, pero pasa enseguida a aplicaciones muy prácticas: « Quien ama a Dios no puede guardar para sí el dinero, sino que lo reparte ‘‘según Dios'' [...], a imitación de Dios, sin discriminación alguna ». Del amor a Dios se deriva la participación en la justicia y en la bondad de Dios hacia los otros; amar a Dios requiere la libertad interior respecto a todo lo que se posee y todas las cosas materiales: el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro. En la vida de san Agustín podemos observar de modo conmovedor la misma relación entre amor de Dios y responsabilidad para con los hombres. Tras su conversión a la fe cristiana quiso, junto con algunos amigos de ideas afines, llevar una vida que estuviera dedicada totalmente a la palabra de Dios y a las cosas eternas. Quiso realizar con valores cristianos el ideal de la vida contemplativa descrito en la gran filosofía griega, eligiendo de este modo « la mejor parte » (Lc 10,42). Pero las cosas fueron de otra manera. Mientras participaba en la Misa dominical, en la ciudad portuaria de Hipona, fue llamado aparte por el Obispo, fuera de la muchedumbre, y obligado a dejarse ordenar para ejercer el ministerio sacerdotal en aquella ciudad. Fijándose retrospectivamente en aquel momento, escribe en sus Confesiones: « Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad. Mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: "Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para él que murió por ellos" (cf. 2 Co 5,15) ». Cristo murió por todos. Vivir para Él significa dejarse moldear en su « ser-para » (28).

Recordemos entonces que esa esperanza en la vida eterna, promesa de Cristo, que ya está como germen en nuestro interior, debe mantenernos firmes en nuestro caminar con Jesús, cargando nuestra cruz y, nosotros, como Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, completemos en nuestra carne los sufrimientos que nos acerquen más a Cristo (1Col 24) para permanecer en Cristo, que es Cabeza de la Iglesia y que, estando a la derecha de Dios Padre, intercede ante Él por nosotros en todo momento.

Benedicto XVI, en las páginas finales, invoca una oración a nuestra madre María, Mater Dei, estrella del mar,  para que con su luz guíe nuestra barca en medio de este mar, al encuentro con Dios. 

 Stella Maris, ora pro nobis 

lunes, 28 de octubre de 2024

287. Señor de los Milagros. Guarda y custodio desta ciudad (Munilibros)


 Continuando la formación católica hoy quiero compartir unas breves notas sobre esta joya de libro histórico que encontré. Se trata de un trabajo publicado por la Municipalidad de Lima para dar a conocer la historia de la devoción al Señor de los Milagros.

Impresiona enterarse del posible origen divino del mural que actualmente sobrevive en la Iglesia de las Nazarenas, aquel mural que data de mediados del siglo XVII y que dió vida a la devoción más multitudinaria de América. Una devoción que a través de los años se mantiene con ese fervor cada octubre. 

Con sus cinco recorridos en el mes morado, la imagen de Nuestro Señor Jesuscristo, el Señor de los Milagros, recorre las calles de Lima. La imagen del Señor, cuyo peso suma aproximadamente 1900 kilogramos es levantado lo más alto posible por los hombros de los miembros de las cuadrillas de la orden del Señor de los Milagros. Hombres de fe que, cargando el anda hacen la figura de cargar la cruz, pero al llevarla todos en comunión y teniendo a Cristo como centro, la carga se hace llevadera e incluso gozosa porque es la representación del Hijo del Hombre, de nuestro Salvador, de la Cabeza de la Iglesia la que levantamos para que todos lo vean y crean. 

 Hoy mismo, 28 de octubre, es su cuarto recorrido, para finalizar el día 1 de noviembre, día de todos los santos, siendo Jesús el Santo de los Santos, hombre verdadero, Dios verdadero, engendrado , no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quién todo fue hecho.

En este mes devocional digamos a Cristo, aquí estoy, aquí estoy Jesús para servirte, aquí estoy Jesús para cargar contigo la Cruz, aquí me tienes Señor. Imitimos a María para decirle aquí está tu esclavo Señor, hágase en mi según tu Palabra.

Sagrado corazón de Jesús, en vos confío.

¡Viva Cristo Rey!

viernes, 11 de octubre de 2024

Para qué sirve la Fe (P. Santiago Martín, FM)


La contra portada expresa lo siguiente: 

¿Qué motivos ha encontrado históricamente el hombre para elegir entre la Fe y la increencia? Creer o no creer es la gran cuestión existencial que se ha planteado desde siempre. Es la elección que cada ser humano, individual y único, enfrenta desde que empieza a ser consciente de su existencia.
¿Qué le ha dado mejor resultado? ¿Ante los grandes problemas de la vida, está mejor preparado el creyente o el no creyente? ¿Y ante la muerte? ¿Es el hombre razón pura?
Este libro trata de dar respuesta a estas preguntas y aportar un poco de luz a un problema tan vital como eterno; luz procedente del sentido común, del equilibrio integrador entre lo que dicta la razón y lo que enseña el corazón, con el fin de ayudarnos a vivir con paz y esperanza.

Ya desde el subtítulo del libro: Aportaciones para un diálogo con los no creyentes, se deja claro cuál es el objeto del libro. 

El libro consta de una Introducción y seis capítulos titulados como sigue:

Capítulo I. Una larga marcha 

Capítulo II. El debate sobre la razón, ¿ceguera de la fe?

Capítulo III. El debate desde el corazón. El triunfo del sentido común.

Capítulo IV. La crisis de fe y de increencia.

Capítulo V. Aprender a creer.

Capítulo VI. La opción cristiana.

Cómo hubiera dejado de perder tanto tiempo si hubiera encontrado este tipo de libros, llenos de sabios consejos cristianos para llevar una vida de espiritualidad apegado a la doctrina católica. 

En el capítulo I, el padre Santiago Martín advierte del avance del ateísmo. Menciona que la "Cristiandad" empieza a quebrarse por el avance de la ciencia y por la emancipación de la filosofía con relación a la teología (p.19). El hombre considera que puede competir con Dios al que puede apartar de su camino y ocupar su lugar.

El padre señala que, son muchos los autores que señalan que el ateísmo actual se origina en el Renacimiento, aunque se fragua sobre todo en la Ilustración. Este ateísmo parte de la confianza en la razón humana para dominar la naturaleza, confianza favorecida por el progreso de las ciencias [Thomas Kuhn no lo llamaría progreso en su libro La estructura de las revoluciones científicas] desde finales de la Edad Media y el desarrollo de la técnica que facilita la vida cotidiana de los hombres. 

El padre Santiago puntualiza que, el Dios de muchos filósofos de la Ilustración es un Dios superfluo [Hay un libro de Benedicto XVI que se titula el Dios de la fe y el Dios de los filósofos], un Dios del que se puede prescindir en casi todos los aspectos de la vida, sobre todo cuando se está iluminado por la "diosa razón", la cual se entronizó tras la Revolución francesa [Revolución criminal contra los cristianos]. El Dios de los cristianos de esa época (la ilustración) es, sobre todo, un Dios que no fundamenta los valores morales. Y el padre añade que, de un Dios del que se puede prescindir se termina, más pronto o más tarde, prescindiendo. Por eso, de aquel ateísmo light se pasará después al ateísmo militante para concluir con el actual agnosticismo o ateísmo práctico, en la indiferencia.

El padre señala como promotores de esta destrucción del cristianismo a Descartes, Kant y Hegel y los discípulos de este último: Feuerbach, Marx, Freud, Nietzsche, Sartre y Bloch (estos discípulos son denominados como "los padres de la sospecha").

El ateísmo de estos razonadores se caracteriza por negar a Dios para ensalzar al hombre. Dios como obstáculo que encuentra el hombre para su camino a la plenitud, por eso Dios tiene que ser eliminado, no solo del culto social y público sino también, de la conciencia humana. Es en resumen el pensamiento de estos señores ateos (p. 23).

Sin embargo, pese a tantos ataques a la religión, el hombre común sigue preguntándose por Dios, con un corazón que no se sacia con las cosas de este mundo (p.46).

Por ejemplo, una interrogante capital es sobre el problema del mal y su frecuente triunfo sobre el bien. Asimismo, todos, sin excepción, no escaparemos a la muerte. 

Entonces, el padre termina el capítulo I diciendo que, demostrar que las respuestas que nacen desde la fe son no sólo más útiles, sino también más racionales y por tanto más humanas, será el objetivo del resto del libro. Y demostrar que en Cristo ha llegado a la plenitud el sentimiento religioso y que las preguntas de creyentes y no creyentes hallan en el hijo de María de Nazaret las mejores respuestas [La llena de Gracia], constituirá la última parte de esta obra. 

Obra que, efectivamente en su capítulo final dedica temas fundamentales para la vida en la fe como sobre el dogma cristiano, la moral, la vida de oración y la misión de la Iglesia.

Recomiendo este libro de espiritualidad tanto para católicos practicantes, "paganos bautizados", agnósticos, ateos y otros. 

viernes, 4 de octubre de 2024

De los Macabeos a Herodes el Grande (Claude Tassin) [Historia de Israel 4ta. parte] (CB 136)



Este ejemplar corresponde al Cuaderno Bíblico, número 136, publicado por la editorial Verbo Divino, donde se desarrolla la historia del pueblo de Israel desde el surgimiento de los Macabeos hasta Herodes el grande. 

Este libro me permitió tener una mayor comprensión del contexto histórico de aquella época tan convulsa y anticipatoria a la llegada de Nuestro Señor Jesuscristo encarnado.

Es importante señalar que la Palabra de Dios en su Antiguo Testamento contiene dos libros sobre los Macabeos, en los cuales quedan plasmados los acontecimientos históricos y la acción iniciada por el asmoneo Matatías guiado por el Espíritu Santo.

Es una época en la cual, tras la muerte de Alejandro Magno, surge el imperio Seleucida y será Antíoco IV epífanes, rey de los seleucidas, quien emprenderá una política agresiva de helenización de los pueblos (la cultura griega era gravitante en aquel entonces) incluído Judea y especialmente Jerusalén. Los judíos quedan subyugados y presencian la destrucción de su sistema de creencias. Ante esta coyuntura tan adversa del pueblo de Dios surgirá un minúsculo grupo que se apartará y resistirá aquellas imposiciones. Y de aquel grupo surgirá una familia judía liderada por el asmoneo Matatías quien al grito clamando a Dios iniciará un levantamiento contra los invasores seleucidas.

Lo narrado es apenas un resumen de los primeros versículos del primer libro de los Macabeos en la Biblia.

Volviendo al libro de la presente reseña, naturalmente toma como referencia los dos libros de los Macabeos del Antiguo Testamento pero además se sostiene en la obra del historiador judío Flavio Josefo, conocido por sus obras "Antigüedades judías" y "Las guerras judías". Asimismo el libro recoge como fuente a otros autores para puntualizar o remarcar algunos aspectos históricos o interpretativos de la época.

He aquí cómo el propio autor, Claude Tassin, resume el argumento del libro: "La secuencia cronológica que tenemos delante se divide en tres fases de una importancia extraordinaria para el nacimiento del cristianismo. Se trata en primer lugar la crisis helenística, marcada por la figura de los Macabeos (175-134); se enfrentan entonces el deseo de entrar en el concierto del internacionalismo helenístico y el temor a disolver los valores religiosos propios de Israel. Después viene la dinastía de los sumos sacerdotes asmoneos (134-37), que tomarán también el título de rey; a pesar de los conflictos internos, lograrán ampliar el Estado judío mediante anexiones territoriales. Por último, Herodes (37-4 antes de nuestra era), por su habilidad, hizo de la tierra judía un Estado relativamente próspero en armonía con el Imperio romano.

Libro muy recomendable.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Rosa de Lima, primera santa de América

 


Impresionante la vida de Santa Rosa de Santa María, quien desde niña ya se vislumbraba su santidad al jugar con el niño Jesús.

En una época en donde Lima era la ciudad más importante de América y modelo de un ferviente catolicismo, Isabel Flores de Oliva, es decir, Rosa de Santa María, ingresa a la Orden Terciaria de los Dominicos (de ahí su hábito blanco y negro) y que tras leer libros religiosos para buscar un ejemplo de santidad, la encontró en la vida de Santa Catalina de Siena, santa del siglo XIV, Doctora de la Iglesia, también terciaria Dominica y muy influyente en la defensa de la sede de romana del Papa en tiempos de crisis.

Santa Rosa de Lima, hizo vida de penitencia, oración, ayudó a muchas mujeres y enfermos, oró para la protección de Jesús Eucaristía frente a la amenaza de corsarios franceses y holandeses que se aproximaron a las costas limeñas. En vida fue considerada una santa por el pueblo.

Santa Rosa de Santa María, fue ejemplo de una vida llena de virtudes, una católica con mucho fuego del Espíritu Santo, contrayendo un matrimonio místico con Nuestro Señor Jesuscristo.

La Iglesia la celebra el 23 de agosto pero en el Perú se celebra el 30 de agosto, siendo feriado nacional.

Santa Rosa de Lima, patrona del Perú, América y Filipinas, ora pro nobis (ruega por nosotros). 

lunes, 19 de agosto de 2024

Tres discursos en memoria de Dostoievski (Vladímir Soloviov)


Es de agradecer a la editorial Taugenit por esta iniciativa que pone al alcance del público hispanófono una traducción de los tres discursos del filósofo Vladímir Soloviov en memoria de Dostoievski. 

Vladimir Soloviov fue amigo de Fiódor Dostoievski en sus últimos años (los discursos datan de poco tiempo después del fallecimiento de Dostoievski). Soloviov, filósofo, poeta y místico, compartía con Dostoievski su visión profundamente religiosa sobre el "ideal comunitario" que Fiódor Dostoievski supo anunciar en varias de sus novelas de su segunda etapa con una maestría incomparable. 

En estos tres discursos en memoria de Dostoevski (con traducción y prólogo de Nadia Smirnova), Soloviov resalta claramente tanto  las bases religiosas en las que Dostoievski construía sus obras como el objetivo que buscaba en ellas .

Fiódor Dostoievski se convirtió en un escritor religioso después de su paso por Siberia. Allí, conoció el mal encarnado pero también en aquellos encontró el bien genuino, espejo del Evangelio. Fueron precisamente las Sagradas Escrituras lo que le permitió resistir esos años tan duros de trabajos forzados.

Esa estancia en "la casa de los muertos" le permitió purificar su corazón y ver algo que antes lo tenía velado en aquella época del círculo de Petrashevski, el amor de Dios como única manera de salvación de los hombres.

Dostoievski, al salir de prisión, empezó a plantear sus novelas en términos de caída del hombre - redención del hombre a través de Cristo y su Iglesia, quien no lo haya visto pase a releer sus últimas obras. 

Y es entonces en los tres discursos donde Soloviov anuncia que lo que Dostoevski buscaba era que la gente se de cuenta que toda idea o plan que se sustente fuera de Dios llevará inevitablemente a la ruina, al desastre. Dostoievski estaba convencido que la sociedad estaba contaminándose de anticristianismo y por lo tanto la moral estaba corrompiéndose. Ante esto, lo que Dostoevski planteaba era una reforma no tanto en lo externo sino fundamentalmente una reforma interna en la sociedad, una reforma moral, viviendo en Cristo y en la Iglesia, solo así Rusia tendría un papel fundamental en la Historia de salvación de los hombres.

Soloviov relaciona el bien, la verdad y la belleza como unidad inseparable, concepción que atribuye también al pensamiento de Dostoievski:

"La infinidad del alma humana revelada en Cristo, capaz de contener toda la infinidad de la divino, es una idea que constituye el mayor bien, la verdad más alta y la belleza más perfecta. La verdad es el bien pensado por la mente humana; la belleza es el mismo bien y la misma verdad materializados corporalmente en una forma viva concreta [Jesuscristo]. Y su encarnación completa en todo cuanto existe es el fin, la meta y la perfección, y es por eso que Dostoievski decía que la belleza salvará al mundo".

Soloviov enfatiza en cada momento la intención religiosa de Dostoievski revelada en sus novelas. 

"El humano introduce el mal en la naturaleza y de ella extrae la muerte. Solo al renunciar a nuestra postura falsa, a nuestra insana fijación en nosotros mismos, a nuestra vil soledad, solo al ligarnos con Dios en Cristo y con el mundo en la Iglesia, podremos hacer la verdadera obra de Dios, aquello que Dostoievski llamaba la obra ortodoxa". [Cf. Lc. 9,23-24: "Decía a todos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará"].

Asimismo, Soloviov atribuye a Rusia una misión colaboradora en la redención de los hombres pero para ello debe reconciliarse antes con sus enemigos históricos, los judíos y católicos. Me agradó que Soloviev destaque la firmeza de la religión católica a través de los tiempos: 

"Y si Roma [se refiere a la Iglesia católica, la verdadera], invencible en su santidad, en aspiración de llevar a toda la humanidad a esa santidad se movía y cambiaba, iba hacia delante, se tropezaba, caía fuertemente y de nuevo se levantaba, entonces no debemos juzgarla por esos tropezones y caídas, pues no la apoyábamos ni levantábamos [La iglesia ortodoxa a la Iglesia católica], sino que observábamos arrogantemente el difícil y resbaladizo camino de la hermana occidental estando sentados quietos y, estando quietos, no caímos. (...) Démosle más espacio en nosotros [a Dios] y veremos su fuerza en la iglesia católica y en la sinagoga judía".

Termina su tercer discurso en memoria de Dostoevski de la siguiente manera: 

"En una conversación, Dostoievski aplicó a Rusia la revelación de San Juan sobre una "mujer vestida del sol" [la Iglesia católica cree que aquí la Palabra se refiere a la Virgen María] que "estando en cinta, clamaba con dolores de parto y sufría por dar a luz" {Ap. 12,1-2}: la mujer es Rusia, y a lo que da a luz es la Palabra nueva que Rusia debe proferir al mundo. Sea correcta o no esta interpretación de la "gran profecía' [es incorrecta], Dostoievski adivinó esa Palabra nueva de Rusia. Es la palabra de reconciliación para el Oriente y el Occidente en la unión de la verdad eterna de Dios y de la libertad humana. 

He aquí el objetivo supremo y la obligación de Rusia, he aquí el "ideal comunitario" de Dostoievski. Su fundamento es el renacimiento moral y el sacrificio espiritual que ya no es de un individuo solitario, sino de la sociedad, del pueblo entero. Como antes, ese ideal no está claro para los maestros de Israel, pero en él está la verdad, y es el que vencerá". [La Iglesia sostiene que el conjunto de fieles católicos es el nuevo Israel].

Termina el libro con un apéndice en defensa de Dostoievski contra Leontiev.  Soloviov hace la defensa de Dostoievski sobre su versión cristiana:

"Dostoievski ha tenido que hablar con personas que no habían leído la Biblia y que habían olvidado la catequesis. Por eso, para que le comprendieran, tenía que usar expresiones como "armonía universal" cuando quería hablar de la Iglesia triunfante o gloriosa".

"Dostoievski no se apoyaba sobre el mero sentimiento de bondad hacia la gente, sino ante todo sobre los objetos místicos de la fe que están por encima de la humanidad, se apoyaba en Cristo y sobre la Iglesia, y la creación misma de la verdadera cultura le parecía a Dostoievski, antes que nada, un "asunto ortodoxo" religioso; y la "fe en la santidad del Carpintero de Nazaret crucificado en los tiempos de Poncio Pilato" [Jesús, hombre verdadero y Dios verdadero] era el origen que insuflaba vida en todo aquello que decía y escribía Dostoievski ".

Nota: el texto entre corchetes son mis puntualizaciones. 

lunes, 1 de julio de 2024

Vidas de Santos 2: Abril, mayo, junio (P. Eliécer Sálesman). 1° Relectura



Un año después vuelvo a leer este maravilloso libro sobre las vidas de los santos que la Iglesia celebra en los meses de abril, mayo y junio. En esta oportunidad quisiera resaltar a cinco santos, San Samuel profeta (6 de abril), San José (1 de mayo), San Atanasio (2 de mayo), San Ireneo (28 de junio) y San Pablo (29 de junio).

Sobre Samuel el profeta, diré que desde muy niño escuchó el llamado de Dios para guiar al pueblo de Israel. Fue quien ungió al primer rey de Israel: Saúl y posteriormente ungió al rey David, de la tribu de Judá. 
San José, esposo de la Virgen María y padre adoptivo de Jesús, estuvo siempre protegiéndolo y enseñándole como un verdadero padre tiene que ser. Humilde, silencioso, protector de la familia y de la Iglesia, San José es modelo de imitación.
San Atanasio fue gran apologeta católico, Doctor de la Iglesia, que defendió la doble naturaleza de Jesús, la humana y la divina. Combatió contra la herejía arriana. Fue secretario del Primer Concilio de la Iglesia, el Concilio de Nicea (año 325) en el cual condenaron a Arrio.
San Ireneo, Uno de los considerados Padres de la Iglesia, fue el primero en proclamar que la Virgen María es la nueva Eva y que por ella vino la redención del hombre.
San Pablo, un gigante apóstol que se desgastó recorriendo los pueblos para evangelizar a los gentiles (paganos). Dios lo eligió como instrumento para escribir varias cartas que forman parte de las Sagradas Escrituras. 

domingo, 23 de junio de 2024

Diálogos de Carmelitas (Georges Bernanos, 1949)


Georges Bernanos reelabora bajo la forma de una pieza de teatro la novela de Gertrud von Le Fort, "La última en el cadalso". Había mencionado en la anterior nota que esta obra se basa en hechos reales, es decir, estas dieciseis mojas carmelitas fueron sentenciadas por los revolucionarios franceses y guillotinadas acusadas de "antirrevolucionarias". 

La obra nos permite ver muy de cerca la vida de aquellas religiosas, mujeres de diferentes edades, con sus propias personalidades y que decidieron voluntariamente llevar una vida consagrada a Dios. Mujeres valientes y siempre en oración.

Entonces, surge la pregunta, ¿qué daño pudieron hacer aquellas mártires para merecer tan abominable castigo de parte de los hombres revolucionarios?  Ninguna, eran personas felices viviendo bajo su regla conventual, esforzándose cada una por logar la santidad.

Desde esta óptica narrativa de la obra que resalta la santidad de aquellas monjas, con sus temores, dudas y convicciones, se puede vislumbrar, por contraste, la gran abominación que fue la Revolución francesa. Revolución, que vino a destruir todo lo sagrado, a asesinar a tantísimos fieles, a intentar quitar todo la religiosidad de los hombres en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad, palabras que quedan huecas tan solo enterándose de todo el horror que cometieron los demonios revolucionarios.

Reproduzco a continuación un pasaje del diálogo entre la novicia Blanche de la Agonía de Cristo (débil y llena de dudas y temores) y la Madre María de la Encarnación (monja de gran fortaleza espiritual y dispuesta para el martirio), la angustia que revela Blanche es conmovedora. Dios reservará un destino inesperado para ambas:

Blanche
Es cierto...¡oh Madre María, si hay alguna manera de salvarlas, me parece que esta vez tendré el coraje...
Madre María
No se trata de salvarlas, sino de cumplir con ellas el voto que hicimos libremente, hace pocos días.
Blanche:
¡Qué! ¿las dejaremos morir sin hacer nada por ellas?
Madre María
Lo que importa, hijita, es que no las dejes morir sin nosotras.
Blanche
¡Eh!¡Qué necesitan que muramos!
Madre María
¿Es una chica del Carmelo hablando así?
Blanche
Muere, muere, ¡solo tienes esta palabra en tu boca! ¿Alguna vez se cansarán de matar o morir? ¿Estarás alguna vez satisfecha con la sangre de otros o con tu propia sangre?
Madre María
Solo hay horror en el crimen, hija mía, y es a través del sacrificio de vidas inocentes que este horror se borra, el crimen mismo se devuelve al orden de la caridad divina...

Blanche patea su pie

Blanche
¡No quiero que mueran! ¡Yo no quiero morir!

Ella huye sin que la Madre María pueda detenerla (...).

Una obra muy recomendable.

Sobre el autor:

(De Wikipedia)



Georges Bernanos (París, 20 de febrero de 1888-Neuilly-sur-Seine, 5 de julio de 1948) fue un novelista, ensayista y dramaturgo francés. En su primera novela, Bajo el sol de Satán (1926), ya están patentes sus preocupaciones religiosas. Bernanos ahonda en la psicología del hombre donde tiene lugar el enfrentamiento entre el bien y el mal, la fe y la desesperación. Publicó, entre otros títulos, La alegría, Los grandes cementerios bajo la luna y Diario de un cura rural (1936).

Pensamiento

Bernanos se vincula con una visión trágica del cristianismo semejante a la de François Mauriac y Graham Greene, que trata de dar una respuesta de fe al tema esencial en la literatura contemporánea de las relaciones del hombre con el mundo. Visión trágica del cristianismo no es así porque todos ellos insisten en el aspecto desgarrador de la doble postulación baudelairiana del hombre «hacia Dios y hacia Satanás». Pero mientras que en Mauriac la lucha entre el pecado y la gracia, entre el bien y el mal, se libraba en el campo interior del corazón humano, en Bernanos el combate se entabla muchas veces a escala cósmica con intervenciones de lo sobrenatural en el ambiente cotidiano y vulgar de los grises pueblos franceses. Y grises son también, humanamente hablando, sus personajes: el abate Donissan de Bajo el sol de Satanás o el cura d'Ambricourt de Diario de un cura rural esconden bajo su rudeza, bajo su debilidad física, una trágica grandeza y una auténtica santidad. Frente a ellos, con el abate Cénabre de La impostura Bernanos es el novelista del sacerdote que ha renegado secretamente de Dios y que cumple todos los días los gestos de su sacerdocio, representa el polo opuesto. De la misma manera que a la pura y radiante figura de la niña Chantal de Clergerie se contraponen los negros perfiles de la perversa Mouchette.

Bernanos es un pesimista pintor de extremos; tanto el cura d'Ambricourt —cuyas últimas palabras son «Todo es gracia»— como el impostor abate Cénabre —que muere recitando el padrenuestro «con voz sobrehumana»— llevan el combate hasta sus últimas consecuencias. Pero, sean santos o presas de Satanás, hay en todos ellos, según él, una dimensión religiosa, pues «hasta en la blasfemia hay algo de amor a Dios». Mientras que lo estéril, lo desesperanzador, lo que nunca será tocado por la gracia son las almas tibias, cómodamente encerradas en su egoísmo, en su orgullo o en su indiferencia. En este sentido el panfletario prolonga al novelista y su voz ruda y airada (muy semejante en tantos aspectos a la de León Bloy) denuncia apasionadamente la mediocridad y la falsa buena conciencia en todos sus aspectos. No obstante el vigor de su estilo alucinado, al pasar al campo de la polémica se descentra frecuentemente y hace que la censura justa y el rasgo incisivo desemboquen en violencias verbales exageradas. Jansenista en cuanto al sentimiento, Bernanos se deja arrastrar en su solitario combate por el caudal de su elocuencia. Con todo, su obra es uno de los más vigorosos testimonios de la literatura contemporánea.

viernes, 14 de junio de 2024

Los testigos de Jehová. Un engaño mundial. (Jesús Ferreira, 2021)


Jesús Ferreira, apologeta católico de notable presencia en Youtube (su canal es Sacrosanctum), recientemente publicó un comunicado en el cual se encuentra divulgando su trabajo de investigación sobre la secta de los testigos de Jehová. Puedes solicitar un ejemplar al correo jesusferrer21k@gmail.com, y sería muy bueno apoyarlo vía paypal.

El libro creo que logra el objetivo de revelar el engaño que es esta secta. Ferreira hace un recorrido desde sus orígenes de los numerosos engaños que ha venido haciendo esta secta a través de sus "profecías" publicadas por sus dos revistas: "Atalaya" y "¡Despertad!", dirigidas por su cuerpo gobernante.

Ferreira también expone las traducciones tergiversadas de las Sagradas Escrituras que esta secta ha realizado. Diferentes traducciones, cada una con diferentes colores de portada, ocultando la identidad de sus "traductores expertos".  

El autor también hace un ejercicio de razonamiento lógico para  demostrarles que son falsos profetas. 

"Con el siguiente texto bíblico destrozarás todo argumento, defensa y pretexto que ellos te den, y lo harás con su propia versión de la biblia. 
2 Pedro 1, 20 2,2 (Traducción del nuevo mundo)
20 Pues, ante todo, ustedes saben que ninguna profecía de la Escritura procede de una interpretación personal. 21 Porque nunca se ha hecho una profecía por voluntad del hombre, sino que los hombres hablaron de parte de Dios impulsados por Espíritu Santo"
(...)
"Es aquí cuando el testigo está acorralado y debes insistir si la interpretación que hacen es inspirada o no. Si lo es, entonces ¿por qué se equivocaron como los falsos maestros? Si no lo es, ¿entonces son como los falsos maestros que interpretan las escrituras sin inspiración y ambos se equivocaron? Es claro, que aquí el apóstol rechaza las interpretaciones no inspiradas y los llama falsos maestros y falsos profetas".

Finalmente, Ferreira aconseja acercarse a ellos con caridad, leyendo la Biblia bajo la luz del Magisterio de la Iglesia, buscar las enseñanzas de los Padres de la Iglesia para crecer en la fe y rescatar a las ovejas perdidas en esta secta.

"Cualquier testigo de Jehová que se acerque a ti diciendo que trae la verdad, pruébale tú mismo que en realidad ellos están viviendo una completa mentira".

Un libro muy recomendable.

viernes, 7 de junio de 2024

María, Camino de perfección (Padre Santíago Martín, FM. 2018)

 


"María, camino de perfección" es una guía espiritual para vivir con Cristo, por Cristo, en Cristo y como María. El Padre Santiago Martín, fundador de Los Franciscanos de María, nos invita a profundizar nuestra vida cristiana teniendo como modelo a María, la Madre de Dios, la Siempre Vírgen María.

El texto se compone de seis capítulos, una conclusión y un anexo. En los capítulos, el P. Santiago Martín desarrolla diferentes aspectos religiosos de la Vírgen: su fe y espiritualidad, la voluntad de Dios en la espiritualidad de María, la caridad en la espiritualidad de María, la imitación de la maternidad espiritual de María, María junto a la cruz, María y la Iglesia. La conclusión es una síntesis de los temas precedentes y el anexo añade doce características a imitar de María, doce modelos, el padre lo denomina las doce estrellas de la corona, haciendo un guiño a Apocalipsis capítulo 12. Estos modelos son: su fe, su esperanza, su amor, su agradecimiento, su castidad, su pobreza, su obediencia, su humildad, su paciencia, su misericordia, su alegría y su oración.  

Para quienes ya conocen al Padre Santiago Martín, FM, a través de sus innumerables y magníficos videos por Youtube , el libro es como si el padre te estuviera dando una charla, con un lenguaje sencillo, ágil y comprensible, algo prodigioso para comunicar los misterios tan profundos de la fe. Al leer el texto es como si escucharas su voz porque el estilo de sus charlas espirituales se refleja claramente en este libro.

En definitiva es un libro muy recomendable, para releerlo constantemente, un libro que nos enseña muchas verdades y sobre todo cómo vivir cristianamente teniendo como ejemplo de imitación a quién más amó a Jesús, su madre, la Inmaculada y siempre Vírgen María.

viernes, 31 de mayo de 2024

La última en el cadalso (Gertrud von Le Fort, 1931)


Encontré este libro luego de buscar otro: "Diálogo de Carmelitas", este último por recomendación que hizo el padre Gabriel Calvo Zarraute y el catedrático Javier Paredes en una de sus clases magistrales sobre la Revolución francesa en el canal de Youtube La Sacristía de la Vendeé. Como nota diré que, ante la para del canal de LSDLV, el padre Gabriel Calvo se apoya ahora en el canal Tekton para continuar con su apostolado en las redes sociales con su programa "El pasado que no pasa", programa que incluye la serie de videos mensuales sobre la Revolución francesa.

"La última en el cadalso" es una novela corta, escrita bellamente, que narra el trágico episodio del martirio a hojas de guillotina de dieciséis monjas de clausura de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo más conocidas como la Orden de las Carmelitas, en este caso de Las Carmelitas de de Compiégne. Esto ocurrido en  1794.

Leer esta episodio histórico de forma novelada, es de urgente necesidad en esta época de tanta oscuridad. Esta novela revela la monstruosidad de la Revolución. La Constitución CIvil del Clero y su posterior obligatoriedad para su juramentación por parte de los sacerdotes, así como el saqueo de los bienes de la Iglesia, cierre de conventos y prohibiciones de acoger más seminaristas o religiosos, los crimines de religiosos y de gente de bien que eran llevados en carretas como unos simples animales para ser conducidos al cadalso a morir guillotinados, demuestran que esta Revolución fue completamente anticristiana, y por lo tanto demoníaca.

"Más tarde se ha querido ver en esta catástrofe una especie de señal: el sombrío presagio del destino reservado a la pareja de príncipes. Y tal vez no era sólo un presagio sino también un símbolo. (Amiga mía, las revoluciones nunca provienen sólo de la mala administración y de los errores de un régimen; éstos no hacen sino desatar aquéllas, cuya verdadera esencia reside en el desencadenamiento de la angustia mortal de una época que toca a su fin. Y precisamente allí se encuentra también el elemento simbólico del que hablo)."

Dos protagonistas se destacan por sus caracteres opuestos, la débil Blanca de la Fort y la fuerte María de la Encarnación. La una, joven novicia, muy temerosa de todo, hay que ver su origen, tan distinta al espíritu de las Carmelitas, siempre listas para el sacrificio. La otra, una monja de una fe inquebrantable y dispuesta al martirio para mayor gloria de Dios. 
 
Pero como dice el padre Santiago Martín, Dios escribe derecho en renglones torcidos, será María de la Encarnación quien se verá privada de ese martirio de sangre, martirio de sus hermanas que iban cantando como un coro de ángeles el Salve Regina y luego el Veni Creator para ir al encuentro del Padre.

"Me pareció que alguien me decía al oído: «¡Francia no sólo bebe la sangre de sus hijos, derrama también su sangre para ellos, su sangre más noble, más pura!»"

Realmente es una novela muy conmovedora. y como dijo Tertuliano en el siglo II: La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.

¡Viva Cristo Rey!


Sobre la autora:


GERTRUD VON LE FORT (1876-1971) destacada escritora alemana convertida al catolicismo 1927, fue alumna del teólogo protestante y profesor de la Universidad de Berlín, Ernest Troeltsch, y fue ella quien publicó póstumamente Dogmática, la obra de su maestro.
Su primer libro fue Himnos a Alemania, pero siendo éste una publicación poética, sólo después de su conversión al catolicismo se inició realmente en la literatura.
Entre sus novelas, género en el que se destacó especialmente, están El velo de Veronica, La corona de los Ángeles, La hija de Farineta, La puerta del cielo, El Papa del Ghetto (vida novelada del antipapa Anacleto), entre otras, además de La última en el cadalso. Inspirado precisamente en ella, el autor francés Georges Bernanos escribió El diálogo de las carmelitas, representada en varias lenguas y en los principales teatros del mundo. Llevada también al cine y a la televisión, sirvió de fundamento para la ópera de Poulenc sobre el mismo tema.

viernes, 24 de mayo de 2024

Conoce tu misa (Traducido por Ángel Esparza)


 Mediante una serie de imágenes como si se tratara de un cómic o historieta, cada página va explicando paso a paso las partes de la misa. Como parte de la información que está contenida en el libro se describen los atuendos del sacerdote, los objetos que se usa el la misa, su significado, las oraciones tanto del sacerdote como del servidor y de los fieles; la postura de los fieles (cuando de pie, cuando sentado, cuando hincado), la interpretación de cada parte de la misa a la luz de las Sagradas Escrituras. Todo de una forma muy didáctica y comprensible. Este libro es de mucho provecho para conocer más sobre la misa y animar el alma para asistir siempre. Comparto un par de páginas del libro. 




viernes, 17 de mayo de 2024

Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe "Dignitas infinita sobre la dignidad humana", 08.04.2024


 Con el reciente documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el Papa Francisco suscribe el compromiso de la Iglesia en la defensa de la dignidad humana.

En esta época tan envenenada de la dictadura del relativismo, la cultura woke, la ideología de género y la política del bienestar sin Dios, la Santa Sede denuncia claramente los actos que van en contra de la dignidad ontológica del ser humano.  Algunas de las graves violaciones contra la Dignidad Humana que se mencionan en el documento pontificio son el aborto voluntario, la eutanasia y el suicidio asistido, el vientre de alquiler, la trata de personas, los abusos sexuales.

Oremos para que el Espíritu Santo ilumine el entendimiento y ablande el corazón de los gobernantes de las naciones para que reflexionen sobre sus políticas de gobierno a la luz de las Sagradas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia.

viernes, 26 de abril de 2024

La Virgen María en la medalla milagrosa (Miguel Gomes)


Hermoso libro para profundizar en la devoción mariana a través de la historia de la medalla milagrosa y las apariciones de la Santísima Virgen María a santa Catalina Labouré. 

Recordemos que fue el 27 de noviembre de 1830 la fecha en la cual la Virgen María se le aparece a santa Catalina Labouré para decirle que debe acuñar la medalla con la oración tan conocida hoy en día: ¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti!. Toda la medalla en sí misma es un catecismo.


Catorce años después, el 08 de diciembre de 1854, el papa Pío IX, declara el dogma de fe de la Inmaculada Concepción. 

viernes, 19 de abril de 2024

Las maravillas de la santa misa (Fray Paul O'Sullivan O.P.)

  


Pasajes seleccionados del libro:

¿QUÉ ES LA MISA?
1. En la Misa, el Hijo de Dios se hace hombre otra vez, para que el extraordinario Misterio de la Encarnación, con todos sus infinitos méritos, se repita como cuando el Hijo de Dios se hizo hombre en el vientre de la Virgen María.
San Agustín nos dice: “¡Qué dignidad tan sublime tiene el sacerdote, en cuyas manos Cristo se convierte en hombre una vez más!”
2. La Misa es el nacimiento de Jesucristo. Él nace realmente en el altar cada vez que se celebra la Misa, así como Él nació en Belén.
San Juan Damasceno dijo: “Si alguien desea saber cómo el pan se transforma en el cuerpo de Jesucristo, yo se lo diré. El Espíritu Santo eclipsa al sacerdote y obra en él como obró en la Santísima Virgen María”.
San Buenaventura dijo: “Cuando Dios desciende sobre el altar, no hace menos de lo que realizó cuando se hizo hombre por primera vez en el vientre de la Virgen María”.
3. La Misa es igual al Sacrificio del Calvario. En ella Dios muere como murió el primer Viernes Santo. Tiene el mismo valor incalculable del Calvario y da a los hombres las mismas gracias inestimables.
La Misa no es una imitación o un recuerdo del Calvario, es exactamente el mismo sacrificio y difiere solamente en la manera como se ofrece.
En cada Misa la sangre de Jesús se derrama por nosotros otra vez. San Agustín dice: “En la Misa, la Sangre de Cristo fluye de nuevo por los pecadores”.
4. Nada en esta tierra, ni en el mismo cielo, da más gloria a Dios y obtiene más beneficios para nosotros que una sola Misa.
5. Por medio de la Misa ofrecemos a Dios la mayor gloria y alabanza que Él podría desear y le damos gracias por todos los beneficios que nos ha concedido. Hacemos mejor reparación de nuestras faltas que con las penitencias más severas.
6. No podemos hacer nada mejor por la conversión de los pecadores que ofrecer por ellos el Sacrificio de la Santa Misa. Si las madres solamente oyeran y ofrecieran Misas por las intenciones de sus hijos descarriados y las esposas por las de sus maridos, ¡qué felices serían sus familias!

La Misa, como hemos visto, es un estupendo misterio. Nuestras mentes, por otro lado, son débiles y lentas para entender. Por lo tanto, tenemos que leer con frecuencia y reflexionar seriamente en las maravillas de la Misa. Una Misa oída con comprensión y devoción consigue para nosotros más gracias que cientos o miles de Misas oídas negligentemente e ignorando lo que es la Misa.
Deberíamos establecer como regla inviolable el llegar a la iglesia unos minutos antes de que comience la Misa. En primer lugar, para estar preparados y en calma cuando el sacerdote suba al altar y en segundo lugar, para no distraer a otras personas.
Deberíamos no solamente oír la Misa, sino ofrecerla con el sacerdote. Más aún, deberíamos tener la intención de oír y ofrecer todas las Misas que se dicen al mismo tiempo en todo el mundo. ¡De esta manera recibiríamos una participación en estas innumerables Misas!

Todos notamos de inmediato la presencia del crucifijo en cada altar, que las vestiduras de los sacerdotes están todas marcadas con el signo de la Cruz, que el sacerdote comienza la Misa con la señal de la Cruz, que él hace esta santa señal muchas veces durante la Misa. ¿Por qué? Para dejarnos bien claro que la Misa es realmente y en verdad el Sacrificio de la Cruz. Que en la Misa, Cristo es crucificado, vierte su Preciosa Sangre y muere por nosotros.

viernes, 12 de abril de 2024

Vidas de Santos 1. Enero, febrero y marzo (P. Eliécer Sálesman)

 


He aquí algunos de los santos tratados en este libro, por mes:

Enero:
- María: Madre de Dios (1 de enero)
- San Antonio Abad (17 de enero)
- San Francisco de Sales (24 de enero)
- Conversión de San Pablo (25 de enero)
- Santo Tomás de Aquino (28 de enero)
- San Juan Bosco (31 de enero)

Febrero:
- La presentación de Jesús (2 de febrero)
- Santa Águeda (5 de febrero)
- Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero)
- Santa Bernardita Soubirous (18 de febrero)
- Santa Francisca Javier Cabrini (20 de febrero)
- San Moisés, profeta (24 de febrero)

Marzo
- Los 40 mártires de Sebaste (1 de marzo)
- Santas Felicidad y Perpetura (7 de marzo)
- San Abrahán, patriarca (12 de marzo)
- San Patricio (17 de marzo)
- San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo)
- San José (19 de marzo)
- Santo Toribio de Mogrovejo (23 de marzo)
- La Anunciación (25 de marzo)
- Beato Miguel Pro (31 de marzo)

A continuación, transcribo el texto correspondiente a los 40 mártires de Sebaste (1 de marzo).

MARZO 1
LOS CUARENTA MÁRTIRES
DE SEBASTE (Año 320)

En el año 320 el emperador Licinio publicó un decreto ordenando que los cristianos que no renegaran de su religión serían condenados a muerte.

Cuando el gobernador de Sebaste (en Turquía) leyó en público el decreto del emperador, 40 soldados declararon que ellos no ofrecerían incienso a los ídolos y que se proponían ser fieles a Jesucristo hasta la muerte.

El gobernador les anunció que si no renegaban de la religión de Cristo, sufrirían grandes tormentos y que si quemaban incienso a los ídolos recibirían grandes premios. Pero ellos declararon valientemente que todos los tormentos del mundo no conseguirían apartarles de la verdadera religión.

El gobernador mandó torturarlos y echarlos en un oscuro calabozo. Los fervorosos soldados sufrieron gustosos los tormentos entonando aquellas palabras del salmo 90: "Dice el Señor: al que se declare en mi favor lo defenderé, lo glorificaré y con él estaré en la tribulación." (La cárcerl se iluminó y oyeron que Cristo los animaba a sufrir con valentía).

 El suplicio del hielo. El gobernador, lleno de ira, los hizo llevar a un lago helado y echarlos en él por la noche. Y allí muy cerca hizo colocar un estanque con agua tibia, para que el que quisiera renegar de la religión se pasara del agua helada al agua tibia. En esa noche hacía un frío espantoso.

Los mártires se animaban unos a otros diciendo: "Por esta noche de hielo conseguiremos el día sin fin de la gloria en la eternidad feliz". Y mientras sufrían aquel frío tan intenso oraban pidiendo a Dios que ya que eran cuarenta los que habían proclamado su fe en Cristo, fueran también 40 los que lograran ir con Cristo al cielo. 

Un cambio curioso. Y sucedió que ante el tormento del hielo uno de ellos se desanimó y se pasó al estanque de agua tibia. Pero ese cambio le produjo en seguida la muerte. Los otros seguían rezando y cantando himnos a Jesucristo y entonces uno de los soldados que los custodiaban gritó: Yo también creo en Cristo", y fue echado al lago helado para martirizarlo.

Uno de los mártires vio que venían 40 ángeles cada uno con una corona pero que un ángel se quedaba sin encontrar a quién darle la corona. Pero apenas el soldado proclamó su fe en Jesús, y fue echado al hielo, el ángel se le acercó para darle la corona del martírio. Y así fueron 40 los que volaron al cielo, después de tres días y tres noches de estar agonizando en el terrible hielo del lago.

Los soldados invitaban al más jovencito de todos para que renegara de su fe y se saliera de entre el hielo, pero la mamá del mártir le gritaba: "Hijo mío, recuerda que si te declaras amigo de Cristo en esta tierra, Cristo se declarará amigo tuyo en el cielo". Y el joven perseveró valientemente en su martirio alabando a Dios.

Las gentes reconocieron después los restos de estos soldados mártires y los conservaron con gran veneración. San Basilio decía: "Las reliquias de estos 40 santos son como murallas que nos defienden de los enemigos del alma".

San Gregorio cuenta que junto a los restos o reliquias de los 40 mártires la gente obtuvo muchos milagros, y que muchísimos cristianos se animaban a permanecer valientemente en la fe al recodar el martirio de los 40 soldados que prefirieron perder la vida del cuerpo antes que perder la fe del alma.

Señor: que también hoy sigamos el ejemplo de proclamar valientemente la fe católica y que prefiramos cualquier clase de suplicios y hasta muerte, con tal de conservarnos fieles a Jesucristo todos los días de nuestras vidas.  

domingo, 31 de marzo de 2024

Encíclica Veritatis Splendor. Sobre algunas cuestiones de la enseñanza moral de la Iglesia (San Juan Pablo II)

 


Con Veritatis Splendor san Juan Pablo II desarrolla amplia y profundamente las cuestiones referentes a los fundamentos mismos de la teología moral. Debemos estar unidos firmemente a la Verdad en Cristo, cumplimiento los M andamientos. Como buen maestro nos alerta contra aquellas corrientes de pensamiento erróneas sobre la moral, y nos enseña que el camino a seguir para alcanzar la vida eterna es la vida en rectitud a Cristo nuestro Señor.

Dejo aquí algunos pasajes seleccionados:

La pregunta inicial del diálogo del joven con Jesús: "Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" (Mt 19, 16) evidencia inmeditamente el vínculo esencial entre el valor moral de un acto y el fin último del hombre. Jesús, en su respuesta, confirma la convicción de su interlocutor: el cumplimiento de actos buenos, mandados por el único que es "Bueno", constituye la condición indispensable y el camino para la felicidad eterna: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamiento" (Mt 19, 17). La respuesta de Jesús remitiendo a los mandamientos manifiesta también que el camino hacia el fin está marcado por el respeto de las leyes divinas que tutelan el bien humano. Sólo el acto conforme al bien puede ser camino que conduce a la vida. (p.94)

"Sucede frecuentemente -afirma el Aquinate- que el hombre actúe con buena intención, pero sin provecho espiritual porque le falta la buena voluntad. Por ejemplo, uno roba para ayudar a los pobres: en este caso, si bien la intención es buena, falta la rectitud de la voluntad porque las obras son malas. En conclusión, la buena intención no autoriza a hacer ninguna obra mala. "Algunos dicen: hagamos el mal para que venga el bien. Estos bien merecen la propia condena" (Rm 3, 8)" (p.102)

..."No basta realizar obras buenas, sino que es preciso hacerlas bien. Para que nuestras obras sean buenas y perfectas, es necesario hacerlas con el fin puro de agradar a Dios". (p.103)

sábado, 9 de marzo de 2024

La muerte de Cristo. Meditaciones sobre la Semana Santa (Joseph Ratzinger: Benedicto XVI)

 


Pasajes seleccionados del libro:


DE DÓNDE NACEN  MIS MEDITACIONES  SOBRE LA SEMANA SANTA

Me interrogaba sobre mi ser cristiano, sobre cuáles eran el  fundamento y el itinerario.

No es excepcional que un hombre aparentemente derrotado, muerto en el abandono  y el sufrimiento más extremos, sea presentado  como el redentor de todos los hombres? ¿Qué  tiene que ver el dolor con la salvación, el sufrimiento con la felicidad? Me resultó inmediatamente claro que la cuestión de la relación entre  amor y dolor coincidía con la cuestión esencial  de la cruz y con la posterior cuestión, ligada a  ésta, de cómo la existencia de otro, su pasión  y su victoria, pueden determinar mi vida en lo  más profundo y cambiarla. Pero aquí se trata de  hablar sobre todo de las meditaciones sobre el  Sábado Santo.

El hecho  de nacer el Sábado Santo me había donado el  privilegio de un bautismo ligado de un modo  absolutamente evidente a la Pascua cristiana,  de tal manera que la raíz íntima y el significado esencial del bautismo emergían con especial  claridad. El mensaje del día en que vine al mundo tenía un vínculo particular con la liturgia de  la Iglesia; y mi vida se había orientado desde el  principio hacia este singular entretejido de oscuridad y de luz, de dolor y de esperanza, de  ocultación y de presencia de Dios.

hasta comienzos de los años  cincuenta, cuando Pío XII emprendió la reforma de la Semana Santa, la figura litúrgica del  Sábado Santo presentaba un doble aspecto. Las  vidrieras de la iglesia se cubrían como signo de  luto, pero ya por la mañana se celebraba la liturgia que culminaba en la representación simbólica de la resurrección con la elevación del cirio  pascual y con el canto del himno a la luz. Supe  muy pronto que en origen esta liturgia se celebraba en el alba del día de pascua, pero que  posteriormente el comienzo se había adelantado a la noche del Sábado Santo a causa de los numerosos catecúmenos que durante esta celebración recibían el bautismo, el sacramento de  la muerte y resurrección: si la elevación del cirio  es un drama simbólico en el que el signo de la  nueva luz representa la victoria sobre la muerte,  el bautismo de muchas personas, con respecto  al símbolo de la luz, se entendía como presencia  real del misterio pascual. Quien lo recibía pasaba él mismo a través de la muerte y de la resurrección; desde aquel momento estaba unido  con toda su vida al Resucitado, siendo así sustraído anticipadamente a la muerte por el hecho  de mantenerse junto al Resucitado, que lo habría conducido a través de la noche de la muerte. En este drama litúrgico, junto al simbolismo  de la luz, encontraba un espacio la simbología  del agua, con un doble significado: el agua como  amenaza a la vida, como potencia destructora,  como elemento de muerte; y el agua como fuente de vida, condición para toda vida.

El misterio de Cristo muerto por nosotros, que  como muerto yacía en el sepulcro, caracterizaba  la piedad popular de este día. La contradicción  que tenía lugar entre liturgia y piedad popular  no me parecía, sin embargo, del todo exenta  de sentido; en ella se me manifestaba algo de  ese claroscuro que constituye el ser cristiano y  algo de esa íntima tensión que forma parte de  la existencia cristiana: hay siempre nuevas anticipaciones de la esperanza —relámpagos en los  que parece irrumpir repentinamente la victoria  de Dios—, pero también nuevos momentos de  oscuridad en los que todo es revocado y en los  que somos inevitablemente confrontados con la  ausencia de Dios.

La reforma de Pío XII eliminó esa extraña  —si bien de algún modo expresiva— anomalía  litúrgica. El Sábado Santo es hoy desde el principio hasta el final el día del gran silencio, como  se lee en la homilía que la tradición atribuye a  Epifanio: «¿Qué es esto? Hoy un gran silencio  reina sobre la tierra; gran silencio y soledad; un  gran silencio, porque el rey está durmiendo. La  tierra estaba atemorizada y como en suspenso,  porque el Dios encarnado se había dormido...»

Ahora reina por todas partes la  oscuridad llena de misterio de una iglesia cuyas  vidrieras cubiertas dejan entrar de mala gana la  luz, a la que acompaña la imagen de Jesús muerto en el Santo Sepulcro y la oración silenciosa  ante el Santísimo.


Pintura "El cuerpo de Cristo muerto en la tumba" (Hans Holbien el Joven)

Muchos, frente a la imagen  del Cristo que yace en el sepulcro, se habrán  visto sorprendidos por sentimientos nada diferentes de los experimentados por Dostoievski  cuando, en 1867, quedó profundamente conmovido en el Museo de Basilea por el cuadro de  Hans Holbein que representa a Cristo muerto,  «el cual ha soportado tormentos inhumanos, ha  sido ya bajado de la cruz y ahora está expuesto  a la corrupción». La experiencia de Dostoievski frente a esta imagen —tomada sin duda de la  tradición de los sepulcros del Sábado Santo—  ha sido situada en el contexto del siglo XIX por  Henri de Lubac, que la puso en relación, de manera muy eficaz, con la filosofía nietzscheana  de la muerte de Dios.

Es un aspecto del Sábado  Santo que, naturalmente, para el fiel no podía  quedar aislado: él, por encima de la imagen, veía  la sagrada Realidad de Cristo resucitado y presente, más allá de la muerte, en la hostia; y, aun  sabiendo que esta muerte nos espera siempre,  era también consciente de que a través de ella ya  se transparenta el misterio de la vida, la victoria sobre la corrupción y la eterna gloria del Cuerpo de Cristo.

En el  Símbolo apostólico, al Sábado Santo le corresponde la frase (Christus) «descendit ad inferos»  que, en la traducción alemana, entonces sonaba  así: «descendió al infierno» («Hölle»). La nueva  traducción de los años setenta ha mitigado esta  afirmación tan rica de misterio con la fórmula  «descendido al reino de la muerte»

Cristo mismo habría estado en los infiernos, en el sentido más profundo del término, y sólo en este último estadio de su descenso la redención habría llegado hasta el abismo más profundo, hasta el propio infierno.

Así, en realidad, el término indicaría simplemente que Jesús ha muerto.

no se había pensado sobre ella hasta el fondo. En efecto, ¿qué  significa que alguien «ha muerto»? ¿Qué es la  muerte? Para quien mira desde fuera, ¿qué es  una persona que está muerta? ¿En qué consiste  el «reino de la muerte», si se puede excluir la  idea banal de que sea simplemente la nada? Así,  detrás de la aparente solución, vuelven a aflorar  de nuevo todas las preguntas que los teólogos  han discutido durante siglos.

síntesis de las  aporías: sí, Jesús ha muerto, ha «descendido» a  la profundidad misteriosa a la que la muerte nos conduce. Ha marchado hacia la soledad más  extrema, donde nadie nos puede acompañar.  En efecto, «estar muerto» comporta ante todo  la pérdida de la comunicación, una soledad en la  que el amor ya no puede avanzar. En ese sentido, Cristo fue «al infierno», cuya esencia es  justamente la privación del amor, la separación  de Dios y de los hombres. Pero allí donde llega Él, el «infierno» deja de ser infierno, puesto  que él mismo es la vida y el amor, puesto que él  es el puente que une al hombre y a Dios y, por  eso mismo, también a los hombres entre ellos.  Así, el descenso es al mismo tiempo también  transformación: ya no existe la última soledad  —o como mucho puede existir para aquel que  la quiere expresamente, que desde lo más íntimo y desde aquello que lo constituye rechaza  el amor porque quiere ser solamente él mismo,  desde él mismo y por él mismo—. No pretendo  desarrollar más adelante, en estas páginas, tales  reflexiones. Sólo quiero indicar las cuestiones  que me apremiaban mientras escribía mis meditaciones sobre la Semana Santa.

gran crisis de la conciencia cristiana que, con los  acontecimientos de 1968, se hicieron también  visibles y tangibles al exterior.

las ventanas tapadas con trapos negros se convirtieron en el símbolo de la situación de nuestro mundo: hay ventanas, es cierto, pero están  cubiertas, no penetra por ellas la luz de fuera y  de lo alto, Dios se esconde.

Precisamente porque me sabía partícipe de las miserias de nuestra generación, me sentía llamado a dar voz a  la esperanza, la cual, en verdad, en la hora del  silencio y de la oscuridad está particularmente  cercana.

VIERNES SANTO

I

«Mirarán al que traspasaron». Con estas  palabras concluye el evangelista Juan su relato  de la pasión de Jesús; 

con estas palabras introduce la visión de Cristo en el último libro del  Nuevo Testamento, que nosotros llamamos  Apocalipsis.

«Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo». «Mirarán al que  traspasaron».

Oh Señor, concédenos en esta hora poder  mirarte, en la hora de tu oscuridad y de tu rebajamiento a la obra de un mundo que quiere  olvidar la Cruz como se hace con un incidente  desagradable, que se oculta a tu mirada, considerándola una inútil pérdida de tiempo y no se  da cuenta de que es precisamente aquí donde  nos sale al encuentro tu hora decisiva, en la cual  nadie podrá sustraerse a tu mirada.

Sobre el hecho de la lanzada al crucificado,  Juan habla con una solemnidad extrañamente  pormenorizada, que al mismo tiempo deja reconocer el peso que el evangelista atribuye a este  acontecimiento. En la narración, que concluye  con una fórmula de testimonio casi de conjuro,  se insertan dos textos del Antiguo Testamento,  mediante los cuales llega a resultar al mismo  tiempo evidente el significado de este acontecimiento.

«No le quebrarán ningún hueso», dice Juan  apelando a un texto del ritual pascual judío que  contiene una prescripción sobre el cordero pascual. Nos hace comprender así que Jesús,  cuyo costado era traspasado en el mismo momento en que en el templo se producía el degüello del cordero pascual, es el verdadero cordero  sin defecto en el cual se cumple definitivamente  el significado de todo culto y de todo ritual, más  aún, en el único en el que se pone de manifiesto  qué significa el culto en verdad.

Todo culto precristiano se basa, en última  instancia, en la idea de la sustitución: el hombre  es consciente de que fundamentalmente debe  darse a sí mismo si quiere honrar a Dios de manera adecuada, pero experimenta al mismo tiempo la imposibilidad de darse, y aparece, por tanto,  la sustitución: hecatombes de holocaustos arden  sobre los altares de los antiguos, se desarrolla un  potente sistema ritual, pero pesa sobre todo ello  el drama de una inutilidad impresionante, ya  que no existe nada con lo que el hombre pueda  sustituirse a sí mismo: cualquier cosa que pueda ofrecer resulta siempre demasiado poco.

Mientras  en el templo se desangraban los corderos pascuales, fuera de la ciudad muere un hombre, el  Hijo de Dios, muerto por aquellos mismos que  creen honrar a Dios en el templo. Dios muere  como hombre, se da todo él a los hombres que  no están en disposición de darse a él y pone, por  tanto, en el lugar de la inútil sustitución cultual  la realidad de su amor omnisuficiente.

La carta a los hebreos desarrolló con posterioridad la pequeña alusión del evangelio de Juan  al interpretar la liturgia judía del día de la reconciliación como el preludio figurado de la liturgia  real de la vida y de la muerte de Cristo Jesús. Lo  que a los ojos del mundo aparecía como un hecho absolutamente profano, como la ejecución  de un hombre condenado a muerte por agitador  político, era en realidad la única liturgia verdadera de la historia del mundo, liturgia cósmica  a través de la cual Jesús, no ya en la esfera delimitada y cultual del templo, sino fuera, ante  todo el mundo, penetró a través de las paredes  de la muerte en el templo verdadero: a la presencia del Padre. Y él no llevó sangre de animales como sustituto, sino a sí mismo, conforme al  amor auténtico que no puede donarse más que  a sí mismo. La realidad del amor que se da a sí mismo ha eliminado el juego de la sustitución,  que queda ya para siempre fuera de lugar. El  velo del templo se ha rasgado, ya no hay culto  excepto en la participación del amor de Jesucristo que constituye el día perpetuo de la reconciliación cósmica. Y, no obstante, la idea de la sustitución ha recibido en Cristo un sentido nuevo e  inaudito. Dios mismo se ha puesto en Jesucristo  en nuestro lugar y todos nosotros vivimos sólo  a partir del misterio de esta sustitución.

El segundo texto del Antiguo Testamento incluido en la narración de la lanzada hace todavía  más evidente cuanto hemos dicho, aun cuando  permanezcan oscuros los detalles. Juan dice que  un soldado abrió el costado de Jesús con la lanza. Emplea la misma palabra que se utiliza en el  Antiguo Testamento para describir la creación  de Eva del costado de Adán dormido. Cualquiera que sea el significado de esta alusión vista  más de cerca, es suficientemente claro que en la  relación recíproca entre Cristo y la humanidad  creyente se repite el misterio de la creación, en  el cual se da la procedencia de la mujer a partir  del hombre y la donación recíproca de ambos.  La Iglesia nace del costado abierto de Cristo  moribundo o, si queremos expresarlo con términos distintos y menos metafóricos, ha sido la  propia muerte del Señor, la radicalidad del amor que llega a la autodonación, la que ha causado  esta fecundidad. Precisamente porque él no se  encerró en el egoísmo de quien vive sólo para sí  mismo y pone su propia autoconservación por  encima de todo, sino que se dejó abrir para salir  de sí mismo y existir para los demás, él alcanza  ya todos los tiempos, más allá de sí mismo.

El costado abierto es el símbolo de una nueva imagen del hombre, de un nuevo Adán; es  la contraseña de Cristo como el hombre que  existe-para-los-demás.

La fe dice de Jesucristo que él es una sola persona en dos naturalezas; en el texto griego original se dice de manera más exacta y apropiada que él es una sola  «hipóstasis», un único ser autónomo.

Jesús es  el hombre verdadero, a partir del cual se mide a  todo hombre, hacia el que debe ir todo ser humano para llegar a su propia autenticidad.

es hombre perfecto precisamente en cuanto que  en esto no es «hipóstasis», ser-que-subsiste-ensí-mismo.

Jesús no es, por así decir,  otra cosa que el movimiento desde sí mismo hacia el Padre y hacia los hombres. Y justamente  por esto, porque en él se ha roto radicalmente el  anillo de la rotación en torno a sí mismo, él es  al mismo tiempo hijo de Dios e hijo del hombre. Justamente porque él existe para los demás  totalmente, él es totalmente él mismo —imagen  final de la verdadera humanidad—. Hacerse  cristiano significa hacerse hombre, llegar a la  humanidad verdadera, al ser para los demás y al  ser-a-partir-de-Dios. El costado abierto del crucificado, la herida mortal del nuevo Adán, es el  punto de partida del verdadero ser humano del  hombre: mirarán al que traspasaron.

II

Dirijamos una vez más nuestros ojos hacia  el costado abierto de Cristo crucificado,  ya que esta mirada constituye el sentido íntimo de  la Semana Santa, que quiere desviar nuestros ojos  de todas las atracciones del mundo, del espejismo  de sus promesas de escaparate, hacia el verdadero  punto de dirección, el único que puede garantizarnos el camino en medio del laberinto de callejuelas que giran siempre en torno al mismo lugar.

Juan expresó de un modo diferente el pensamiento de que la Iglesia debe su origen más profundo al costado traspasado de Cristo. Él alude  al hecho de que de la herida del costado manó  sangre y agua. Sangre y agua indican para él los  dos sacramentos fundamentales, bautismo y eucaristía, que a su vez constituyen el contenido  auténtico del ser-iglesia de la Iglesia. Bautismo  y eucaristía son los dos modos a través de los  cuales los hombres pueden ser incorporados al  espacio vital de Jesucristo.

El bautismo, en efecto, significa que un  hombre se hace cristiano y se pone bajo el nombre de Jesucristo.

El bautismo, que, como actuación sacramental del llegar a ser cristianos,  nos une al nombre de Cristo, significa exactamente un acontecimiento similar al matrimonio: compenetración de nuestra existencia con  la suya, inclusión de nuestra vida en la suya,  que se convierte así en criterio y espacio de mi  ser humano.

La eucaristía es a su vez comunión de la mesa  con el Señor, que nos quiere transformar en él  para conducirnos el uno hacia el otro, ya que  todos comemos el mismo pan. En efecto, no somos nosotros los que asumimos el cuerpo del  Señor, sino que es él quien nos saca, por así decir, fuera de nosotros mismos y nos incorpora a  él para hacernos Iglesia.

Juan hace remontar los dos sacramentos a la  cruz; los ve manar del costado abierto del Señor  y considera cumplida la palabra del discurso de despedida: yo me voy y vuelvo a vosotros;  precisamente mientras me voy vengo a vosotros; más aún, mi partida —la muerte sobre la  Cruz— es ella misma mi retorno. Mientras vivimos, nuestro cuerpo no es sólo el puente que  nos une recíprocamente, sino también la barrera  que nos separa, nos recluye en la inaccesibilidad  de nuestro yo, dentro de nuestra forma espacio-temporal. El costado abierto se convierte de  nuevo en el símbolo de la nueva apertura que  el Señor viene a construir mediante su muerte:  la barrera del cuerpo ya no lo ata, sangre y agua  corren a través de la historia. Por su resurrección  él es el espacio abierto que nos llama a todos.  Su retorno no es sólo un acontecimiento lejano,  al final de los tiempos, sino que ha comenzado  ya en la hora de su muerte, a partir de la cual él  viene en medio de nosotros de un modo siempre nuevo.

En la muerte del Señor se ha cumplido el destino de la semilla de trigo: si ésta no  cae por tierra permanece sola; pero cae y muere  en la tierra, y así produce fruto al ciento por  uno. Vivimos continuamente de este fruto de  la semilla de trigo muerta: en el pan de trigo de  la eucaristía recibimos la inagotable multiplicación de pan del amor de Jesucristo, suficiente  para saciar el hambre de todos los tiempos. 

quiere asumirnos tambiéna nosotros al servicio de esta multiplicación de  panes. Los dos panes de cebada de nuestra vida  podrán parecer inútiles, pero el Señor necesita  de ellos y los exige. 

Los sacramentos de la Iglesia son, como ella  misma, fruto de la semilla de trigo que muere. Recibirlos significa para nosotros darnos a  ese movimiento del que provienen. Es decir, se  nos exige que penetremos en ese perderse, sin  el cual no nos podemos reencontrar: «Quien  quiera conservar su vida la debe perder; pero  quien la pierda por mi nombre y por el evangelio, la conservará»; esta palabra del Señor es la  fórmula fundamental de la vida cristiana. Creer,  en última instancia, no es otra cosa que decir sí  a esta santa aventura de perderse, y precisamente aquí, a partir de su núcleo profundo, no es  otra cosa que amor auténtico. 

La vida cristiana  recibe su forma determinante de la Cruz de Jesucristo y la apertura del cristiano al mundo, de  la que se oye tanto hablar hoy, no puede hallar  su verdadero modelo en otro que no sea el costado abierto del Señor, expresión de aquel amor  radical, el único que puede redimir.

Lo que en primer lugar es signo de su muerte,  expresión de su fracaso en el abismo de la muerte, es al mismo tiempo un nuevo comienzo: el crucificado resurgirá y no morirá más... De la  profundidad de la muerte se alza la promesa de  la vida eterna. 

Sobre la Cruz de Jesucristo brilla para siempre el esplendor victorioso de la mañana de  Pascua. Vivir con él a partir de la Cruz significa  vivir siempre también bajo la promesa de la alegría pascual.

SÁBADO SANTO

I

Sábado Santo: día de la sepultura de Dios;  ¿no es éste, de una manera impresionante, nuestro día? ¿No comienza nuestro siglo a ser un  gran Sábado Santo, día de la ausencia de Dios, en el que hasta los discípulos tienen un vacío  helador en el corazón que se hace cada vez más  grande, y por este motivo se disponen, llenos  de vergüenza y de angustia, a volver a casa y se encaminan a escondidas y destruidos en su  desesperación hacia Emaús, no dándose cuenta en absoluto de que aquel que creían muerto  estaba en medio de ellos?

Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado:  ¿nos hemos dado cuenta de que esta frase está  tomada casi al pie de la letra de la tradición cristiana y que nosotros hemos repetido a menudo  en nuestros viae crucis algo parecido sin darnos  cuenta de la gravedad tremenda de cuanto decíamos? Nosotros lo hemos matado, recluyéndolo  en la concha rancia de nuestros pensamientos  habituales, exiliándolo a una forma de piedad  sin contenido de realidad y perdida en el giro  de las frases devocionales o de las preciosidades arqueológicas; nosotros lo hemos matado a  través de la ambigüedad de nuestra vida, que ha  extendido un velo de oscuridad también sobre  él: en efecto, ¿qué habría podido hacer más problemático en este mundo a Dios, que la problematicidad de la fe y del amor de sus creyentes?

La oscuridad divina de este día, de este siglo  que se convierte cada vez en mayor medida en  un Sábado Santo, habla a nuestra conciencia.  También nosotros tenemos que ver con ella.  Pero, a pesar de todo, tiene en sí algo consolador. La muerte de Dios en Jesucristo es al mismo tiempo expresión de su solidaridad radical con nosotros. El misterio más oscuro de la fe es  al mismo tiempo el signo más claro de una esperanza que no tiene límites. Y una cosa más: sólo  a través del fracaso del Viernes Santo, sólo a través del silencio de muerte del Sábado Santo los  discípulos pudieron ser llevados a la comprensión de lo que era verdaderamente Jesús y de  lo que su mensaje significaba en realidad. Dios  debía morir por ellos para poder vivir realmente en ellos. La imagen que se habían formado  de Dios, en la que habían tratado de encerrarlo,  debía ser destruida para que ellos, a través de los  escombros de la casa derribada, pudieran ver el  cielo, a él mismo, que permanece siempre el infinitamente más grande. 

Nosotros tenemos necesidad del silencio de Dios para experimentar  de nuevo el abismo de su grandeza y el abismo de nuestra nada que se haría cada vez más  grande si no estuviese él. 

Hay una escena en el Evangelio que anticipa  de un modo extraordinario el silencio del Sábado  Santo y aparece una vez más, por tanto, como  el retrato de nuestro momento histórico. Cristo duerme en una barca que, zarandeada por la  tempestad, parece naufragar.

El profeta Elías se  había reído en una ocasión de los sacerdotes de  Baal, que invocaban inútilmente a grandes voces a su dios para que hiciera descender fuego... ¿Pero no duerme Dios realmente? El escarnio  del profeta, ¿no toca finalmente también a los  creyentes del Dios de Israel que viajan con él  en una barca que parece naufragar?

Dios duerme mientras sus cosas parecen naufragar, ¿no es  ésta la experiencia de nuestra vida? La Iglesia,  la fe, ¿no se asemejan a una pequeña barca que  parece naufragar, que lucha inútilmente contra  las olas y el viento, mientras Dios está ausente?  Los discípulos gritan en la desesperación extrema y sacuden al Señor para despertarlo, pero él  se muestra sorprendido y les reprocha su poca  fe. ¿Pero acaso es distinto para nosotros? (...) Despierta,  no dejes que dure eternamente la oscuridad del  Sábado Santo, deja caer un rayo de Pascua también sobre nuestros días, acompáñanos cuando  nos dirigimos desesperados hacia Emaús para  que nuestro corazón se pueda encender con tu  cercanía. (...) no nos dejes en la oscuridad,  no permitas que tu palabra se pierda en el gran  derroche de palabras de estos tiempos. Señor,  danos tu ayuda, porque sin ti naufragaremos.

II

La ocultación de Dios a este mundo  constituye el verdadero misterio del Sábado Santo, misterio al que se alude ya en las  enigmáticas palabras según las cuales Jesús «descendió a los infiernos». Al mismo tiempo, la experiencia de nuestra época nos ha ofrecido una  aproximación completamente nueva al Sábado  Santo, ya que la ocultación de Dios al mundo  que le pertenece y que debería anunciar con mil  lenguas su nombre, la experiencia de la impotencia de Dios que es no obstante el Omnipotente, es la experiencia y la miseria de nuestro  tiempo.

cuando se dice de  manera misteriosa que Jesús «descendió a los  infiernos». Digámoslo con toda claridad: nadie  está en disposición de explicarlo verdaderamente. Ni queda más claro diciendo que aquí infierno es una mala traducción de la palabra hebrea  shêol, que indica sencillamente todo el reino de  los muertos, y, por tanto, la fórmula querría decir en origen sólo que Jesús descendió a la profundidad de la muerte, está realmente muerto y  ha participado en el abismo de nuestro destino  de muerte. Y surge entonces la pregunta: ¿qué  es realmente la muerte y qué sucede efectivamente cuando se desciende a las profundidades  de la muerte?

Ahora, sin  embargo, la muerte es también vida.

Si un niño se tuviese que aventurar solo en  la noche oscura a través de un bosque, tendría  miedo aunque se le demostrara cien veces que  no había ningún peligro. Él no tiene miedo de  algo determinado, a lo que se le pueda dar un  nombre, sino que en la oscuridad experimenta  la inseguridad, la condición de huérfano, el carácter siniestro de la existencia en sí. Sólo una  voz humana podría consolarlo; sólo la mano de  una persona querida podría ahuyentar como  un feo sueño la angustia. Se da una angustia  —verdadera, que anida en las profundidades de  nuestras soledades— que no puede ser superada  mediante la razón, sino sólo con la presencia de  una persona que nos ama.

Sin  embargo, allá donde se da una soledad tal que  no puede llenarse ya por la palabra transformadora del amor, entonces nosotros hablamos  de infierno. Y nosotros sabemos que no pocos  hombres de nuestro tiempo, aparentemente tan  optimista, son de la opinión de que todo encuentro se queda en la superficie, que ningún hombre  tiene acceso a la última y verdadera profundidad  del otro y que, por tanto, en el fondo último de  toda existencia subyace la desesperación, más  aún, el infierno. 

Jean-Paul Sartre expresó esto  en la práctica en una obra de teatro y, al mismo tiempo, expuso el núcleo de su doctrina  del hombre. Una cosa es cierta: se da una noche en cuya oscuridad y abandono no penetra  ninguna palabra que conforte, una puerta que  nosotros debemos atravesar en absoluta soledad: la puerta de la muerte. Toda la angustia de  este mundo es, en último término, la angustia  provocada por esta soledad.

El  término empleado en el Antiguo Testamento  para el reino de los muertos era el mismo con  que se indicaba el infierno: shêol. La muerte, en  efecto, es soledad absoluta. Pero la soledad que  ya no puede ser iluminada por el amor, que es tan profunda que el amor ya no puede acceder a  ella, es el infierno.  «Descendió a los infiernos»: esta confesión  del Sábado Santo significa que Cristo ha atravesado la puerta de la soledad, que ha descendido  al fondo inalcanzable e insuperable de nuestra  condición de ser abandonado. Sin embargo,  esto significa que también en la noche extrema  en la que no penetra ninguna palabra, en la que  todos nosotros somos como niños despreciados, llorosos, se da una voz que nos llama, una  mano que nos toma y nos conduce. La soledad  insuperable del hombre ha sido superada desde  el momento en que Él se ha encontrado en ella.  El infierno ha sido vencido desde el momento en  que el amor ha entrado también en la región de la  muerte y la tierra de nadie de la soledad ha sido  habitada por él. En lo profundo de sí el hombre  no vive de pan, en la autenticidad de su ser vive  por el hecho de que es amado y de que se le permite amar. A partir del momento en que en el  espacio de la muerte se da la presencia del amor,  se da la vida en medio de la muerte: «la vida de  los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma», reza la Iglesia en la liturgia de difuntos. 

acercarnos a la hora de nuestra soledad última,  se nos concederá comprender algo de la gran  claridad de este oscuro misterio. En la certeza  cargada de esperanza de que en aquella hora de  extremo abandono no estaremos solos podemos  presagiar ya ahora algo de lo que sucederá. Y en  medio de nuestra protesta contra la oscuridad  de la muerte de Dios comenzamos a estar agradecidos por la luz que viene a nosotros desde  esta oscuridad.

III

En el breviario romano, la liturgia del  triduo pascual está estructurada con un  cuidado particular; la Iglesia, con su oración, quiere transportarnos, por así decir, a la  realidad de la pasión del Señor y, más allá de las  palabras, al centro espiritual de lo que sucedió.  Si se quisiera intentar destacar en pocos trazos  la liturgia orante del Sábado Santo, sería necesario hablar sobre todo del efecto de paz profunda que emana de ella. 

Ya se ha hecho verdadera la audaz palabra del salmista: aunque me quisiera esconder  en el infierno, también allí estás tú. Y cuanto  más se recorre esta liturgia, más se perciben brillar en ella, como una aurora de la mañana, las  primeras luces de la Pascua.

Si el Viernes Santo nos pone ante los ojos la figura desfigurada del  traspasado, la liturgia del Sábado Santo se refiere más bien a la imagen de la Cruz más apreciada por la Iglesia antigua: a la Cruz rodeada  por rayos luminosos, signo a un tiempo de la  muerte y de la resurrección.

El Sábado Santo nos remite así a un aspecto  de la piedad cristiana que tal vez se ha extraviado  en el transcurso de los tiempos. Cuando nosotros miramos a la Cruz en la oración, a menudo  vemos en ella solamente un signo de la pasión  histórica del Señor en el Gólgota. Sin embargo,  el origen de la devoción a la Cruz es distinto:  los cristianos rezaban en dirección a Oriente  para expresar su esperanza de que Cristo, el sol  verdadero, amanecería sobre la historia, para expresar, por tanto, su fe en el retorno del Señor.  La Cruz está en un primer momento ligada estrechamente a esta orientación de la oración, se  representa, por así decir, como si fuera la enseña  que el rey enarbolará a su llegada; en la imagen  de la Cruz la avanzadilla del cortejo ya está en  medio de aquellos que rezan. Para el cristianismo antiguo, la Cruz es signo sobre todo de la  esperanza. No implica tanto una referencia al  Señor que ha pasado, cuanto al Señor que está  por venir.

Era necesario defender la santa insensatez del amor de Dios que  no eligió pronunciar una palabra de poder, sino  recorrer la vía de la impotencia para humillar  nuestro sueño de poder y vencerlo desde dentro.

Pero ¿no habremos olvidado así un poco demasiado la conexión entre Cruz y esperanza,  la unidad entre el Oriente y la dirección de la  Cruz, entre pasado y futuro existente en el cristianismo? El espíritu de la esperanza que respira  sobre las oraciones del Sábado Santo debería penetrar de nuevo todo nuestro ser cristianos. El  cristianismo no es sólo una religión del pasado,  sino, en una medida no menor, del futuro; su  fe es al mismo tiempo esperanza, ya que Cristo  no es sólo el muerto y resucitado, sino también  aquel que está por venir.

Oh Señor, ilumina nuestras almas con este  misterio de la esperanza para que reconozcamos  la luz que irradia tu Cruz; concédenos que como  cristianos avancemos tendiendo hacia el futuro,  hacia el encuentro con el día de tu venida.

ORACIÓN 

Señor Jesucristo, en la oscuridad de la  muerte Tú has dado luz, en el abismo de la  soledad más profunda habita ya para siempre la protección poderosa de Tu amor; en  medio de Tu ocultación podemos ya cantar  el aleluya de los salvados. Concédenos la  sencillez humilde de la fe, que no se deje  desviar cuando Tú nos llames en las horas  de oscuridad, de abandono, cuando todo  parezca ser problemático: concédenos, en  este tiempo en el que se combate en una  lucha feroz en torno a Ti, luz suficiente  para no perderte; luz suficiente para que  podamos darla a cuantos tienen aún necesidad de ella. Haz brillar el misterio de  Tu alegría pascual, como aurora de la mañana, en nuestros días; concédenos poder  ser verdaderamente hombres pascuales en  medio del Sábado Santo de la historia.  Concédenos que a través de los días luminosos y oscuros de este tiempo podamos  encontrarnos siempre con ánimo alegre  en camino hacia Tu gloria futura.

Amén.

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Traducción: Gabriel Lanzas

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Un libro imprescindible.