miércoles, 1 de diciembre de 2021

Recordando a Gustave Flaubert, en el bicentenario de su nacimiento

 Para recordarlo transcribo una carta de Flaubert dirigida a George Sand.

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1821 - 1880

[Croisset, 8 de septiembre de 1871]
¡Ah, qué hermosas son! ¡Qué preciosidades! ¡Qué cabecitas dulces y serias! ¡Mi madre se ha enternecido mucho, y yo también! Eso se llama “una delicadeza”, querida maestra. Y se la agradezco enormemente. ¡Envidio a Maurice! Su existencia no es árida como la mía.
Nuestras dos cartas se han cruzado, una vez más. Eso prueba sin duda que sentimos las mismas cosas, al mismo tiempo y en el mismo grado.
¿Por qué está usted tan triste? La humanidad no ofrece nada de nuevo. Su irremediable miseria me ha llenado de amargura, desde mi juventud. Ahora no siento ninguna desilusión. Creo que la multitud, el número, la masa, será siempre odiosa. Nunca hay más que un pequeño grupo de espíritus, siempre los mismos, que se pasan la llama. En tanto que todo el mundo no se incline ante los Mandarines, en tanto que la Academia de las Ciencias no reemplace al Papa, toda la Política, y la Sociedad, desde sus raíces, no será más que un revoltijo de farsas desalentadoras. Todavía chapoteamos en los restos de la Revolución, que fue un aborto, un fracaso, un chasco, y eso porque procedía de la Edad Media y del cristianismo, religión antisocial. La idea de igualdad (que es toda la democracia moderna) es una idea esencialmente cristiana, y que se opone a la de la Justicia. Observe usted cómo la Gracia, ahora, predomina. ¡El Sentimiento lo es todo, el derecho nada! Nadie se indigna siquiera contra los asesinos. […]
Para que Francia se recobre, es necesario que pase de la inspiración a la Ciencia, que abandone toda metafísica, que entre en la Crítica, es decir, en el examen de las cosas.
Estoy convencido de que pareceremos a la posteridad extremadamente estúpidos. Las palabras República y Monarquía les harán reír, como nosotros nos reímos del realismo y el nominalismo, porque yo desafío a quien sea a que me muestre una diferencia esencial entre ambos términos. Una república moderna y una monarquía constitucional son idénticas. ¡Qué más da! ¡Siguen riñendo, se gritan, se pelean!
En cuanto al Pueblo, la instrucción “gratuita y obligatoria” va a acabar con él. Cuando todo el mundo pueda leer Le Petit Journal y Le Figaro, nadie leerá otra cosa. Porque el burgués, el señor rico, no lee otra cosa. La Prensa es una escuela de embrutecimiento, porque ahorra tener que pensar. […]
El primer remedio sería acabar con el sufragio universal, la vergüenza del espíritu humano. Tal como está constituido, un solo elemento prevalece en detrimento de todos los otros; el Número domina al espíritu, la instrucción, la raza, e incluso el dinero.
Pero una Sociedad Católica (que siempre tiene necesidad de un Dios, de un Salvador) ¿no es ciertamente incapaz de defenderse? El partido conservador no tiene ni siquiera el instinto de la Bestia (porque la bestia, al menos, sabe luchar por su subsistencia). Será devorado por los Internacionales = los Jesuitas del porvenir. Pero los del pasado, que no tenían Patria ni Justicia, no triunfaron. Y la Internacional zozobrará, porque vive en lo Falso; ¡ninguna idea, sólo codicia!
¡Ah, querida maestra, si usted pudiera odiar! Es eso lo que le ha faltado: el Odio. A pesar de sus grandes ojos de esfinge, usted ha visto el mundo a través de un filtro de oro. Venía del sol de su corazón. Pero han surgido tantas tinieblas, que ahora usted no reconoce ya lo que veía. ¡Adelante, pues! ¡Grite, exclámese! Tome su alta lira, y puntee la cuerda de bronce. Los monstruos huirán. Salpíquenos con las gotas de sangre de Themis herida.
¿Por qué siente usted “los grandes lazos rotos”? ¿Qué tienen de roto? Sus lazos son indestructibles. Su simpatía no puede ir sino hacia lo Eterno.
Nuestra ignorancia de la historia nos hace calumniar nuestra época. Ha sido siempre así. Unos pocos años de calma nos han engañado. Eso es todo. Yo mismo creía en el refinamiento de las costumbres. Hay que evitar ese error y no valorar más nuestra época que la de Pericles o la de Shakespeare, épocas atroces, en las que se hicieron cosas bellas.
Dígame que levanta usted cabeza. Y piense de vez en cuando en su viejo trovador que la quiere.

Gustave Flaubert.

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