sábado, 14 de octubre de 2023

La felicidad conyugal (Lev Tolstói, 1859)


 La novela "La felicidad conyugal" (1859, título original en ruso (Семейное счастие)) es una de las primeras obras escritas por Lev Tolstói (1828 - 1910), apareció después de sus tres primeras obras (Infancia (1852), Juventud (1854) y Adolescencia (1856)) y varios años antes de sus famosas novelas la Guerra y Paz (1867-1869) y Ana Karénina (1878).

"La felicidad conyugal" cuenta la experiencia de vida de la protagonista Maria Alexándrovna (Masha), una joven de 16 años que al inicio de la novela queda huérfana (la novela nos hace saber que acaba de morir su madre y su padre hubo fallecido años atrás), queda como heredera de los bienes familiares cuya administración es asumida por Serguéi Mikhailovich, el administrador, amigo de la familia, 16 años mayor que ella y quién poco tiempo después sería su esposo.

La novela está narrada por la propia protagonista, y divide la historia en dos partes muy definidas. En la primera parte nos narra su vida, apenas tiene 16 años, tiene una hermana menor (Sonia) y una institutriz (Katya), y criados, todos viven en una casa en el campo, en Rusia.

Se destaca la inocencia de Masha, su fe cristiana (reza, va a misa, practica las penitencias como el ayuno y reconoce el valor sagrado del matrimonio). 

Tras la muerte de su madre una gran tristeza la embargará. La visita regular y frecuente del administrador, Serguéi Mikhailovich, consolará sus días y poco a poco unos nuevos sentimientos empezarán a florecer en ella. Se enamorará. Ambos se declaran su amor y contraen matrimonio augurando un feliz porvenir. Así concluye la primera parte. 

En la segunda parte, el autor nos muestra otra faceta de la narradora (Masha). Luego de sentir alegría por su unión, pronto empieza a aburrirse. El ímpetu de su propia juventud no tolera la vida tranquila del campo, siente que su felicidad fue conquistada muy fácilmente, no ve ningún sacrificio realizado por su amor. Finalmente el matrimonio acuerda mudarse una temporada a San Petersburgo (la capital rusa en aquella época, hoy vuelve a ser Moscú). 

Pero San Petersburgo estaba contaminada por las ideas liberales y progresistas de Europa occidental (pensemos en Francia), es decir por una ideología anticristiana.

En ese contexto llega el matrimonio a pasar una temporada.

La vida en sociedad, sus bailes y lujos impresionaron la joven alma de Masha haciéndole perder poco a poco su centro, su perspectiva y dejándose llevar por las adulaciones de la gente y sus frivolas costumbres mundanas. En esta segunda parte de la novela ya casi no se escribe sobre sus prácticas religiosas. El marido queda al margen como alguien que de lejos ve con reprobación ese cambio, esperará con paciencia hasta que Masha por su propia cuenta vea el error que comete al elegir ese tipo de vida mundana. Acontece un episodio que llega a poner en riesgo su honor y la lealtad a su esposo, ella se asusta y se da cuenta de las tonterías que estaba cometiendo. (Abro paréntesis para recordar que años atrás un escritor francés famoso había hecho caminar por senderos pecaminosos a su heroína, una lectora voraz de novelas romanticonas). 

Masha recobra la conciencia a costa de debilitar la armonía conyugal. 

Con dos hijos, el matrimonio decide regresar al campo para vivir en paz, esta vez fortalecidos tras superar el trago amargo y enfocándose sobre todo en el bienestar y porvenir de los niños, viviendo una nueva felicidad conyugal. Así termina la novela.

La novela nos brinda una lección de los peligros a que un matrimonio se ve amenazado y cómo se puede vencer esos problemas para mantener a flote el sagrado matrimonio. La felicidad conyugal se logra amando a Dios. Sacrificándose mutuamente por amor.

Hay un pasaje de la novela donde aparece la frase que da título al libro, tras una discusión entre los esposos: 

"Decididamente no te entiendo —dije sin moverme y siguiéndolo con los ojos—. Dices que siempre estás tranquilo —jamás lo había dicho—. ¿Por qué hablas de esa forma tan extraña conmigo? ¡Por ti estoy dispuesta a sacrificar este gusto y tú me hablas como con ironía, como nunca antes lo habías hecho, y encima me exiges que vaya!

—¡Vaya, vaya! Tú sacrificas —puso un acento especial en esa palabra— y yo sacrifico. ¿Acaso puede haber algo mejor? Una lucha de generosidades. ¿No es eso la felicidad conyugal?"

A propósito de la novela, quisiera compartir un fragmento que acabo de escuchar de Dante Urbina quien en su cuenta de instagram citó un pasaje del libro "Luces en la noche" del predicador laico Abelardo de Armas que en la página 34 dice: 

"Hemos dejado de hacer oración personal. en medio de este tráfago en el que vivimos, necesitamos del silencio, del recogimiento, para ponernos en contacto con Dios. Si no hacemos oración personal iremos languideciendo en la fe, viviremos al ritmo de las doctrinas que halagan las pasiones humanas, perderemos el contacto con Dios y entonces nos creeremos todo lo que nos soplen al oído personas de fuera".

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